A principios de abril, y con ocasión de la celebración del natalicio de Francisco de Paula Otero (1776-1854), tuve el enorme privilegio de participar, junto un grupo de historiadores, en un evento organizado por la Municipalidad de Tarma, la antigua intendencia que declaró su independencia unos meses antes que Lima. Un acercamiento al “patriota continental” –como es conocido también el gobernador Otero– puede brindar interesantes pistas sobre la fase revolucionaria de la sierra central, estudiada en detalle por Gustavo Montoya en su clásico libro “La independencia en Tarma, 1820: Primer gobierno patriota”. Regresar al modelo político-militar de la independencia de Tarma ayuda a resaltar el apoyo fundamental de las guerrillas a los expedicionarios, que comandados por el general Álvarez de Arenales, penetraron la sierra para crear múltiples frentes militares, dividiendo al ejército realista. La participación de las guerrillas en la independencia de la que dio cuenta el trabajo pionero de Ella Dunbar Temple, quien nos legó seis volúmenes de fuentes primarias, confirma lo que Francisco Javier Mariátegui, ideólogo liberal peruano, afirmó en su momento. El anhelo de libertad estaba muy vivo en la sierra y ello ocurrió mucho antes que desembarcara el general San Martín en Pisco. El diario de José Segundo Roca, uno de los participantes de la impresionante campaña que culminó con el triunfo patriota en la batalla de Pasco, retrata la ilusión de las aldeas y villas por donde transitaba la columna Arenales y su apoyo generoso para los “patrianos”, a los que se les agasajó con bandas de música y múltiples gestos de hospitalidad que, por lo inédito, difícilmente se olvidaron.
El mayor orgullo de los tarmeños es el recuerdo de que fueron sus primeros patriotas los que se ofrecieron marchar a Lima para independizarla. Transformando, debido al trastocamiento provocado por la guerra, a una unidad subnacional –me permito usar un término contemporáneo– en una vanguardia nacional con deseos de agencia política. En el preciso momento en el cual una dependencia imperial, instalada en la capital peruana, implosionaba y perdía su liderazgo secular. Tarma no solo pretendió desafiar las jerarquías políticas de un imperio en declive, sino que por las conexiones transnacionales de Otero, comerciante natural de Jujuy, aunque americano de corazón, la antigua intendencia formó parte de un experimento que trascendió lo meramente local. Acá me refiero al de la generación de los libertadores. Hijos de las revoluciones Atlánticas que confrontaron los paradigmas vigentes. Personajes de la talla de Bernardo Monteagudo operando en Lima; Thomas O’Brien en Santiago; William Miller en la costa peruana o el mismo Arenales en Tarma, expresan la inquietud propia del desarraigo, pero a la vez la necesidad, como fue el caso de Otero con apoyo expedicionario, de construir proyectos protoestatales en medio del derrumbe del Antiguo Régimen.
Como lo mencioné en mi conferencia en Tarma, su acta de independencia es uno de los documentos esenciales de nuestra historia, ya que es un ejemplo concreto de la intensa actividad política que se vivió a lo largo y ancho del Perú, en medio de una guerra que promovió nuevas oportunidades para unidades geográficas de segundo orden, pero, al mismo tiempo, complicó una posterior gobernabilidad debido a la intensa movilización militar que abiertamente autorizó.
En el Acta de Independencia de Tarma se evidencia el ritual, con votación de por medio, para el nombramiento de Francisco de Paula Otero como su primer gobernador político. Un verdadero luchador por “la causa de la patria” de acuerdo al documento firmado por los vecinos, quienes renunciaron a todo derecho de la “nación española”, declarándose dispuestos a prestar el juramento a las “Banderas de la Patria”. En el Bando, firmado por Arenales, “La Patria Libertadora del Perú” exhibe una naturaleza itinerante que se refiere a un sistema nuevo estrechamente asociado a la “Independencia de América”. De ahí no cuesta mucho imaginar su cruce por los Andes, su travesía por el Océano Pacífico y, después de múltiples peripecias, su arribo a la serranía del Perú para asentarse en Tarma. La hermandad entre Tarma y Jujuy, patria de Otero, expresa el engarce entre lo local, lo regional y lo continental de un proceso emancipatorio que nos refiere a múltiples identidades que vale la pena reconocer ad portas de una independencia, la limeña, que los tarmeños pretendieron liderar.
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