Conocer el país. Como Raimondi en el siglo pasado, viajes por tierras y por ríos, y minerales, clima y altura. Hoy, acaso no tan científico pero escrudiñando gente y lugares como lo ha hecho Rafo León, viajero, además de sus crónicas de la China Tudela. Conocer el país físico y el habitante, los peruanos. No solo la belleza del paisaje. Acaso lo extraño, lo ignorado. El Perú actual, diversos climas, culturas y un tiempo para antropólogos. Y de pronto, una obra singular. La vida de Lurgio Gavilán, “que relata en primera persona su paso por Sendero Luminoso y por las Fuerzas Armadas. Y por si fuera poco, se hace más tarde monje”. Un texto que me ha asombrado. “Memorias de un soldado desconocido. Autobiografía y antropología de la violencia” (2012, IEP).
No es literatura sino algo real. Todo esta ahí, “hambre, persecución, tristeza, alegría, terror, aun cuando era niño-soldado”, dice el autor y a la vez personaje central, Lurgio Gavilán. Su relato, mezcla de memoria y sentimientos, arranca desde que lo reclutan en la zona de La Mar, Ayacucho, niño-soldado, en 1983. Sobre Sendero se ha insistido en su origen urbano y universitario, “en la confluencia de maestros y estudiantes allá por los años ochenta”, lo recuerda Yerko Castro, mexicano, que presenta el libro. ¿Pero cómo se sumaron los campesinos en sus filas? Sabemos que Sendero reclutó a la fuerza jóvenes y niños, pero en el caso de Lurgio, fue voluntario. En el mes de enero de 1983, junto a su tío, en un viaje de selva a sierra, dos días a pie. Transita por Punqui, Huarcca, Anyay y Anco. Es una tía que le pide que se quede, tiene 12 años, pero continúa. En el camino, el tío “le compra en una feria, zapatillas y ropa”.
Le rodea un clima político, “lo escuchábamos en la radio, los jóvenes y los profesores hablaban de una guerra popular. Nuestros padres y nuestros paisanos hablaban: Kaypiñas kachkan partido. (¡Aquí ya está el partido!)”. Se incorpora a Sendero y hay una descripción de la vida interna de los senderistas. Más que combates, las penas por la más mínima falta: “la compañera Martha se había robado un atún, y fue sentenciada a muerte”. La violencia senderista no solo fue matanzas de comunidades como en Lucanamarca, sino ese rigor sin límites para con ellos mismos.
El tiempo en Sendero le fue corto. En 1985 cae prisionero en una emboscada militar. La sorpresa es que no lo matan. Lo adoptan. Tenía 14 años. Al parecer, prefieren darle educación e incorporarlo. Otra novedad de esa guerra interna: innumerables senderistas fueron pasando, decepcionados, a las filas militares. De eso no se ha hablado. Lurgio Gavilán encuentra en los cuarteles una disciplina que ya conocía, “levantarse muy temprano, correr y gritar”. Estuvo en las bases militares hasta 1993. Estudia su secundaria en Huanta. Pero un día decide irse, y se va. Al convento franciscano de Santa Rosa de Ocopa. Era sargento, pero prefiere su tercera vida. Si entiendo bien, vive en México. Quien fue senderista, soldado y luego monje, es hoy antropólogo.
No me digan que no merece estas breves líneas. En tiempos en que domina masivamente la “religión” del consumismo y el dinero a como dé lugar, un quechuaparlante busca otro destino. Y de guerrero a monje, va hacia el conocimiento y las ciencias sociales. ¿“Antropología de la violencia”? Cierto, lo es, y algo más. Al final de esas aventuras –que observo sin elogio–, religión y ciencia. Interesante, ¿no? Para reflexionar. Lo popular es invisible hasta que estalla.