Con las Fiestas Patrias nos suele llegar una serie de diagnósticos y mensajes basadreanos sobre nuestros graves problemas nacionales que concluyen con las posibilidades para superarlos. Cada uno tiene su ruta preferida: con un pacto nacional, mejores instituciones, una nueva Constitución, un Estado más profesional o el destrabe de la inversión minera nos iría mejor. En estos textos, el pesimismo estructural se combate con el optimismo de la posibilidad. Y no está mal que sea así, más en tiempos duros.
Posibilidades por supuesto que hay. Mi impresión, sin embargo, es que para afrontar estos desafíos se requiere de más pesimismo del que muestran esos textos y mensajes. Reconocer el fondo del problema en toda su magnitud para así entender mejor la excepcionalidad de lo posible. Ello ayuda a vacunarnos contra las promesas políticas de cambio fácil, esas que presentan divisiones simplistas, héroes y villanos de nuestro fallido desarrollo.
Todos hemos escuchado la sentencia de que necesitamos instituciones que promuevan el desarrollo. Pero, ¿cómo surgen esas instituciones? No basta con invocarlas o desearlas. Luego del nacimiento de economías industriales en los siglos XVIII y XIX muy pocos países han logrado un salto similar. En la periferia ha sido más extraño. Los llamados ‘tigres asiáticos’, países agrarios que en pocas décadas lograron industrializarse y aumentar su bienestar, nos mostraron que todavía era posible. Pero lo que se convirtió en un símbolo del “sí se puede” merece una mirada más pausada. Y pesimista.
En un artículo muy influyente del 2005 Richard Doner, Bryan Ritchie y Dan Slater proponen que Corea del Sur, Singapur y Taiwán construyeron instituciones desarrollistas por su altísima vulnerabilidad. No fue decisión ilustrada de sus élites. Fue la urgencia que trae el miedo y la amenaza. Los tres países tenían lo que los autores llaman “vulnerabilidad sistémica”: demandas sociales muy fuertes en una época de revoluciones socialistas, extrema inseguridad geopolítica por vecinos que querían destruirlos y ausencia de recursos naturales con los que calmar el malestar social y pagar las armas para protegerse.
¿Qué les quedaba? Hacer una revolución pragmática de la economía y del Estado para crear riqueza y responder a sus debilidades, un camino difícil de encuadrar para los que tienen una clara receta ideológica para el desarrollo. Mucho mercado y competencia, pero también un Estado muy presente. Cooperación, regulación y desarrollo de capacidades. Y bienestar social como criterio de legitimidad frente a sus revolucionarios vecinos.
Se pueden añadir más dificultades o señalar fortalezas con las que contaban estos países. También podemos apuntar a caminos auspiciosos sin tanta vulnerabilidad o aprender de casos positivos con resultados menos espectaculares. Pero se hacen la idea: la urgencia llevó a un esfuerzo sostenido y pragmático de reformas para construir bienestar. Hoy, cuando los mercados ya tienen a estos Estados y otros posicionados, que la tecnología hace más difícil que la industria genere tanto trabajo como antes y que hay costos ambientales a considerar, el desafío es mayor.
Una mirada crítica, pesimista, puede hacernos más conscientes del costo de la complacencia y desconfiados frente a soluciones fáciles. El Perú, como otros países de América Latina, se mueve en un espacio limitado sobre el que construir el cambio. Se hace necesario más pragmatismo y esfuerzos de sostenibilidad de los que recogen los relatos políticos conservadores o refundacionales.
Imposible pedir a políticos que nos vendan pesimismo. Su objetivo es ganar la elección convenciéndonos de que el cambio rápido es posible. Pero desde otros espacios debemos cuestionar estos relatos. Demandar que sus promesas incluyan una mirada profunda a temas como educación, salud, desigualdad, desarrollo productivo, infraestructura, corrupción, entre otros. Políticos y técnicos que puedan responder sobre qué cambiar y cómo implementarlo.
La pandemia ha golpeado a nuestro ya limitado espacio público. Con estos recursos debilitados, debemos intentar construir una demanda por una conversación de fondo el 2021. Que sustente la esperanza que merecemos en un realista, pero urgente, pesimismo.