“Si queremos que todo siga igual, es preciso que todo cambie”. Este oxímoron que ha quedado para la posteridad es de Tancredi, en medio del diálogo que sostenía con su tío Fabrizio Corbera, príncipe de Salina, personajes del inmortal “Gatopardo” de Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1896-1957).
La frase tiene múltiples usos, sobre todo en política, y alude a esa facilidad para anunciar cambios con grandilocuencia, pero absolutamente inefectivos. Por ejemplo, al cierre de la presente columna, estaba por anunciarse al nuevo directorio de Petro-Perú. Ha trascendido que su nuevo titular sería un expresidente de la estatal, Alejandro Narváez, quien cobró notoriedad al pronunciarse en contra de la propuesta de reestructuración que había alcanzado el directorio saliente hace varios meses como la única alternativa para evitar la quiebra.
La propia presidenta les espetó “falta de amor por el Perú” por haber actuado con honestidad y realismo; sin embargo, alguna (o algunas) mente afiebrada y cercana a la mandataria debe haberla convencido de que dicha salida técnica va a acarrearle un costo político severo. Y subrayo lo de afiebrada porque de verdad que habría que estar en una realidad paralela para suponer que el 4% o 5% de aprobación es un capital político al que conviene aferrarse con uñas y dientes.
En estricto, anunciar un nuevo directorio como la solución a la crisis estructural de Petro-Perú encaja perfectamente con la frase de Tancredi en tanto lo que el país espera es el ‘qué’ más que el ‘quién’. Fuegos artificiales puros.
Lo mismo se podría decir de la invocación hecha por Dina Boluarte antes de ayer de “dejar que los actuales ministros ofrezcan resultados”. Precisamente, la situación de aislamiento y debilidad política que muestra la jefa del Estado (el paro de ayer puede ser el anuncio de una cadena de situaciones similares) es motivo suficiente para que busque el respaldo de actores que no forman parte de los grupos políticos que la sostienen en el Congreso. Así, la invocación a la unidad nacional que formuló días atrás debería ser la consecuencia de una reestructuración de su Gabinete con personas que endosen algo de oxígeno político y no solo el ‘chalequeo’ al que se ha acostumbrado. Los ministros más cuestionados, como el señor Santiváñez, por ejemplo, son rechazados tanto por el blindaje ciego a la presidenta como por su fracaso en la gestión de sus carteras.
Imposible lograr resultados distintos haciendo lo mismo, habría que contestarle a Tancredi.