La calle se cierra en domingo para que dos armazones de fierro pintado de blanco y sin redes funjan de arcos futbolísticos. Se pintan los linderos de la cancha sobre la fantasmagórica línea, apenas visible en el suelo, que quedó del encuentro del año pasado. “¡Échale Baygón!”, grita un jugador para que su compañero de equipo anestesie al enano habilidoso que hace suyas las más endiabladas gambetas del balompié callejero, mientras que el público, apostado al borde del área, ríe y chupa, chupa y ríe.
En otro domingo se ha instalado un toldo ligero, se han apilado los cajones cerveceros y el pollo a la olla con papitas sancochadas y full cremas está a buen precio. Un potente equipo cuadrafónico vomita el “a ella le gusta el sesso en essesso”. La cosa recién comienza y seguirá hasta bien entrado el lunes.
Dos señoras se dejan masajear el cuero cabelludo por el silencioso y refinado ayudante de la peluquería spa beauty salón más nice de todo Lima. Las señoras, dispuestas al ritual del ‘illumination’, conversan sobre la unión civil y las siete plagas que lo acompañarían si se aprueba tamaña aberración, a la vez que George apura el trámite para que el agua no le malogre más su recién estrenada manicure.
Hoy hay peinado, compras en el mall nuevecito antes de que los otros lo infecten y coctel pro fondos de los niños de cualquier lado con la ropa cuidadosamente elegida para el va o no va de esa semana.
La esquina le pertenece al quiosco. Varios se agolpan a su costado para leer los titulares, ver al muertito del día y la calata que los haga salivar todo el día.
De pronto, de una ventanilla de combi un carozo de manzana es expelido violentamente y cae a los pies de los voyeuristas de noticias. Uno de ellos escarba una flema desde las profundidades de su tráquea cavernosa y un esputo cae pesadamente al suelo. Nadie se inmuta, pero sí cuando una chica de trasero ajustado pasa raudamente cimbreándose toda ella y es silbada por uno de los asistentes a este ritual de lectura veloz callejera. Allí todos tiene cuello de goma.
Un joven ejecutivo y su laptop están en el coffee bar donde pueden gorrear Internet las horas que quieran. El café frío espera su turno mientras postea todos los gastro bares en los que estuvo el fin de semana y las delicias que encontró.
A la misma hora y en distintos rincones, una vendedora de huevitos de codorniz pela uno por uno con una paciencia asombrosa mientras que su comadre de esquina le explica la receta de los tamales que salen al vuelo.
Un cuarentón hace cola para comprar sus entradas a Mistura mientras se empuja una empanada de carne que nunca tiene suficiente limón, según él, y dos empresarios hacen la sobremesa del desayuno de hotel con huevos a la benedictina. Uno de ellos triunfantemente termina de hablar con el conocido del conocido de su primo que le asegura que acaba de conseguir mesa para la noche en ese restaurante que nunca tiene sitio en Lima.
¡O tempora! ¡O mores!