A otra playa con ese cuento, por Martha Meier Miró Quesada
A otra playa con ese cuento, por Martha Meier Miró Quesada
Redacción EC

En los último días se ha estado acusando a los anconeros de discriminación y racismo. ¡A otra playa con ese cuento! es de los pocos balnearios donde existe una sana y cortés convivencia con quienes llegan desde diversos puntos de Lima para disfrutar de sus mansas aguas. Y esto desde hace largas décadas. 

Algo muy distinto ocurre, por ejemplo, en la sureña playa-caviarizada “Los Pulpos”. Este tiene portones que impiden el paso de vehículos “no autorizados”, léase vehículos de quienes no son propietarios o amigos de estos y están de paseo. En su extremo norte de “Los Pulpos” además, existe un vinito condominio amurallado de nombre “Las Velas” donde veranea la más rancia aristocracia caviar, y sus amistades.   

Guiándose por la “denuncia” de un tuitero, ahora los “analistas” llaman al odio por la televisión, la radio y la prensa al sostener que en Ancón se mantienen conductas virreinales. Como si todo eso no fuera suficiente para caldear los ánimos del verano, el despacho de la ministra de Cultura, , emitió un comunicado  validando la existencia de una supuesta restricción de usar las playas anconeras “por las características étnico-raciales de los bañistas” (ayayay, con discursos clasistas a estas alturas del siglo XXI). La ministra debería ocuparse, más bien, de la zona arqueológica del lugar bajo su responsabilidad, después de todo con más de 40 siglos de antigüedad es de los asentamientos humanos más antiguos de la costa peruana. El sitio en buena parte está convertido en un basural. Y ya que curiosidad aparte: ¿en cuál súper inclusiva playa veranea Álvarez Calderón? 

Ahora bien ¿quiénes en Ancón son los que se ven obligados a pagar por el uso de playa? ¿Los visitantes de fines de semana o la población estable y los propietarios de casas de verano? 

En esta historia, la real y  no la tergiversada por los odiadores de siempre,  los discriminados son los pescadores, los habitantes estables del distrito y los veraneantes. Ellos son quienen corren con las gastos de los servicios requeridos y utilizados por los visitantes de fin de semana: desde los baños públicos hasta el servicio de los salvavidas, pasando por la limpieza, la vigilancia y la salubridad de los alimentos que se venden en lugares como el muelle y otros. 

Así, los supuestos “discriminadores” señores y señoras anconeras son quienes permiten el sano esparcimiento de la población, algo de lo que debería preocuparse esa entelequia de inutilidad y devoradora de impuestos llamada “Estado”.   

Ancón es una bahía pequeña, de poco más de 15 cuadras de largo, encerrada entre el centro de veraneo de la , FAP (la “base”, donde no se permite el ingreso) y por la gran playa de la que se apoderó la Marina (quienes navegan frente a ella corren riesgo de bala). 

El presidente Fernando Belaúnde tuvo varias pésimas ideas, una de ellas fue su “Revolución Azul”, es decir la creación de espacios industriales en el litoral del cono norte. Fábricas y una refinería borraron kilómetros de potenciales balnearios, cuando la población limeña crecía. 

Al final el Estado resulta el mayor discriminador, no atiende adecuadamente ni siquiera nuestras necesidades de salud y educación, menos lo hará con las de esparcimiento. De paso, la élite militar se ha apoderado de kilómetros de playas que son de todos, incluidos esos soldaditos a los que no se les deja tomar el sol junto a las esposas de los generales, ¿o sí?