Aquí no hay distensión y menos esos 100 días de pausa que se le otorgan a los gobiernos electos. Lo que hay es la continuación de la campaña. Confrontación política y movilización de seguidores en busca de enemigos. La distribución del poder de hoy es producto de la polarizada elección de ayer que, a su vez, se nutría de un quinquenio de obstrucción.
Esto no es nuevo, pero es necesario leerlo con detenimiento. Perú Libre logró casi el 19% de los votos en primera vuelta y un triunfo, con escasa diferencia, en la segunda, obteniendo una bancada con 37 congresistas de 130. Es decir, un poder dividido. Pero similar distribución del poder vivieron los expresidentes Alejandro Toledo, Alan García y Ollanta Humala, con la diferencia de que ellos evitaron que se creara una oposición mayoritaria. Esto es lo que no pudo lograr Perú Libre. Así, estamos frente a un poder dividido con una oposición enconada. Cuando eso ocurrió en nuestra historia –José Luis Bustamante y Rivero (1945-1948), Fernando Belaunde Terry (1963-1968), Alberto Fujimori (1990-1992) y Pedro Pablo Kuczynski (2016-2018)–, el período de mandato presidencial se cortó, en la mayoría de los casos, con la ruptura del orden constitucional. Es decir, Pedro Castillo se encuentra en una situación que nadie ha logrado superar. Era su obligación, por lo tanto, atender y leer este escenario. No por gusto se escucha hablar, desde hace un tiempo, de vacancia presidencial y hasta de Golpe de Estado.
Pero si estamos frente a un escenario latente de adelanto del fin de un mandato, este se convierte en plausible cuando el Gobierno es bicéfalo. Pedro Castillo aparece como un presidente que comparte el poder o que se encuentra subordinado a un tercero. Al siempre presente Vladimir Cerrón. Esta es la peor imagen para un líder. Lo cierto, sin embargo, es que el Gobierno se ha convertido en un espacio de disputa del poder entre Castillo y Cerrón. Es probable que no los diferencien muchas ideas y propuestas, pero la responsabilidad es del presidente y es a él al que se le exigirá rendir cuentas; no a quien usurpa el poder. Cerrón es el típico dirigente (de)formado con una suerte de marxismo dogmático de manual, pero que tiene a su lado a Guido Bellido, Iván Merino, Waldemar Cerrón, Guillermo Bermejo y Roger Nájar en puestos de poder.
Pedro Castillo ha intentado tomar distancia, pues se debe de haber dado cuenta de que la dirección que orientan sus camaradas lo conducen a un choque del que saldrá como el más afectado. El Gabinete Bellido y su continuidad era, justamente, el producto de la tensión y negociación de esa disputa por el poder en el Gobierno ‘castillista’. Así las cosas, sin cohesión interna, el Gabinete Bellido se presentó como vulnerable frente a un Congreso ávido de desnudarlo y rechazarlo. Irónicamente, el objetivo del naciente Gobierno de Castillo es sobrevivir. No podrá hacerlo si no termina con su Gobierno bicéfalo y logra acuerdos políticos que pasen por ceder y no solo por confrontar.
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