La poesía vuelve siempre en formas sutiles y misteriosas. Como el aroma de la marea en la madrugada. O en la forma de una obra de teatro como “: todo el vasto fondo marino”, que hace unos días cerró su temporada. Alcancé a verla en la última fecha. Creada por Carlos Galiano, es un conmovedor retrato del poeta José Watanabe y su vínculo con la muerte. No solo con la propia, sino también con la de su padre y la de su madre, figuras fundamentales de su identidad dividida entre la orientalidad y la serranía. La pieza presentada en la histórica sede de Yuyachkani, en Magdalena, es un hábil tejido de temporalidades, de referencias poéticas justas y nunca gratuitas, de guiños puntuales (¡Teresa Ralli y su silla!), y de una puesta en escena austera que potencia el acercamiento a cuestiones como la depresión, el bloqueo creativo, las contradicciones íntimas y familiares, y más.

También sobre las tablas, esta vez del Británico de Miraflores, tenemos la suerte de poder ver, desde ayer, la obra que Jorge Eduardo Eielson estrenó hace más de 70 años y de la que prácticamente no teníamos referencia, al menos hasta ahora. Se llama “Maquillage” y es una dramaturgia enigmática sobre una familia en conflicto. Las acciones ocurren en apenas unas horas, de la noche al amanecer, con una Luna ambigua que ilumina y a la vez cierne su sombra sobre los protagonistas. Hay rabia y hastío en los diálogos, y ciertas alusiones que hacen pensar en que se trata de una obra de carácter autobiográfico de un Eielson jovencísimo (la escribió cuando tenía más o menos 20 años). Además, si uno aguza los sentidos, encontrará en ella elementos que luego poblarían la tan diversa producción eielsoniana: poética, periodística, plástica, narrativa, musical, performática.

En el Centro Cultural Inca Garcilaso, en el Centro Histórico de Lima, acaba de inaugurarse una exposición colectiva en la que artistas muy disímiles rinden tributo a la poeta . “Aniquilar la luz o hacerla” –ese es el título de la muestra– hace posible que confluyan una obra escultórica de Johanna Hamann, con su reconocible obsesión por nuestra constitución orgánica; otra pieza contundente de Silvia Westphalen, definida por las capas y las escisiones; o una pintura de Julia Navarrete en la que el juego pictórico con la luz nos sugiere ciertas figuraciones inquietantes. Se suman trabajos de Mariella Agois, Enrique Polanco, Armando Williams y más, en un intercambio que establece sensibles conexiones con los versos de la autora de “Concierto animal”.

Reviso las fechas en las que nos dejaron estas tres voces claves de nuestra poesía: 2006, 2007, 2009. Tres años bastaron para que la muerte se las llevara casi juntas. Y, sin embargo, aquí están, regresan sincronizadas y de manera incluso inesperada. Se impone volver a casa, abrir sus libros y leerlos otra vez.

Juan Carlos Fangacio Arakaki es Subeditor de Luces

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