Esta película la podríamos filmar un millón de veces. Con secuelas y precuelas, con tantas repeticiones como “Retroceder nunca rendirse jamás”, con más reinvenciones que “Rocky”. Llamémosla “¿Y dónde está el policía?”, un largometraje sin protagonistas, o mejor dicho con presencias casi fantasmales. Una ciudad de cielo gris entregada al caos, y con el principio de autoridad devaluado bajo cero se derrumba como si estuviéramos en cualquiera de las últimas cintas de “Batman”. Saqueos, peleas, robos, atentados y los policías ahí siguieron resignándose a ser una especie en extinción. Cual unicornio azul de Silvio, no sé si el policía se nos fue, no sé si se extravió.
La bronca entre agentes fiscalizadores lanzando palos sin medida ni clemencia y un motociclista armado con un cuchillo perturba no solo por el nivel de violencia sino también por la nulidad del único policía que se encontraba cerca de la zona. No estábamos en un suburbio, este vergonzoso incidente ocurrió a pocas cuadras del centro financiero de Lima. Más allá de las decisiones del municipio sobre cómo actuar con estos agentes que parecían salidos de un circo romano o de las estrategias de seguridad de cada distrito, es triste comprobar que hoy hablamos de los abusivos agentes, porque no solo cada vez tenemos menos policías sino que estos son menos respetados que un semáforo a las cinco de la mañana.
El periodista Jaime Pulgar Vidal grabó una escena que se repite todos los días en cada esquina. La Municipalidad de San Isidro se ha manifestado sobre este caso de sus agentes, pero también debería hacerlo por esos serenos que son prepotentes a tiempo completo. Un ejemplo es lo que tienen que padecer los ciclistas que ni siquiera pueden circular tranquilos por las vías señalizadas de esas calles. Que ni se les ocurra reclamar sus derechos, algún grito les va a caer. Y mientras Lima se convierte en Ciudad Gótica, los policías siguen convirtiéndose en una penosa estadística. Cada vez hay menos vocación para ponerse el uniforme y salir a poner orden. Hay más niños que prefieren ser árbitros de fútbol antes que ser policías.
Han pasado tres años desde aquella imagen del policía caído de su caballo y sometido por los ambulantes de La Parada. Han pasado tres años y no somos mejores que en ese tiempo. Que levante la mano quien va a querer ser un policía en el Perú después de ese tipo de humillaciones públicas. Sin principio de autoridad solo quedará la ley del más fuerte. Y los más fuertes en San Isidro esta vez fueron cuatro matones que hacen dudar sobre la evolución humana. Para golpear de esa manera a un motociclista hay que tener el sentido común de un bárbaro de la Edad Media.