La Policía Nacional del Perú (PNP) es, por lejos, el conglomerado humano más grande del país, con verdaderamente fuertes elementos de identidad compartida. Al menos 130 mil agentes en activo y otros tantos en retiro, con el añadido de varios años de formación acuartelada que construye lazos de por vida.
“Policía soy, de corazón, por vocación noble y leal, con la tradición de los heroicos policías del ayer; doy mi juventud, mi abnegación, mi patriotismo y lealtad para servir con fe y honor en la gloriosa Policía Nacional”, empieza el himno de la institución, con el anhelo de que así lo sean todos.
Un buen norte, como lo debiera ser el que “antes niegue sus luces el sol, que faltemos al voto solemne que la patria al Eterno elevó”. Uno que nuestros muy mayoritariamente faltosos políticos hacen añicos un día sí y el otro también, desde hace demasiado tiempo. Algo que quizás explique el “castigo divino” de la cuasi perenne grisura del cielo en la capital de la república.
En la PNP, al igual que en las demás instituciones, ni todos son héroes, ni todos son bandidos. Más bien, hay muchos que, puestos ante las más difíciles realidades, pueden dar hasta la vida. Y también, no pocos, capaces de enriquecerse, aun a costa de sus propios compañeros.
En su momento, los primeros se la jugaron durante la durísima pandemia del COVID-19. Lo pagaron caro. Casi la mitad se contagió y cerca de mil efectivos murieron. Pero hubo también de los otros, de los que, por beneficiarse, compraron porquerías inservibles que dificultaron la protección de los agentes durante la pandemia. Una versión más de la eterna pugna de los hombres, entre ser más humanos pensando en el otro o dejarse llevar por los instintos básicos de nuestra condición animal que nos llevan a depredar.
Las simplificaciones sobre la PNP se asocian a las idealizaciones y descalificaciones absolutas, que terminan haciendo el mismo daño. Por ejemplo, los que invalidan su profesionalismo, denunciándolos como asesinos de su pueblo, y, del otro lado, los que piden amnistía general para “defenderlos”, pero asumiendo en la práctica que todos los policías que han intervenido son violadores de derechos humanos.
La policía ha enfrentado esta crisis sin el equipamiento adecuado antimotines. Entre otros equipos altamente disuasivos, ni un solo rochabús operativo, habiéndolos ahora en el mercado con tecnología no letal muy moderna, totalmente accesible para el presupuesto si se lo gestiona bien y honestamente.
Otra característica es que las condiciones de trabajo no han sido precisamente las mejores. Alberto Otárola (que se ha autoerigido superministro de Defensa e Interior) les ofreció un bono económico especial por la sobre dedicación de estos meses (órdenes de inamovilidad, recorte de permisos, pérdida del 24 x 24, etc.).
Pero no había siquiera consultado con el MEF, que dijo nones, que harían en cambio un esfuerzo para pagarles deudas de viáticos atrasados. Apuesto doble contra sencillo que en muchos casos ni siquiera ese derecho adquirido y presupuestado se ha cumplido y que los policías duermen en cualquier lugar y comen lo que haya.
¿Han cometido sus miembros violaciones a los derechos humanos en el contexto de esta crisis? Sí, hay evidencias sólidas en algunos casos.
La directora para las Américas de Amnistía Internacional sostiene que ello se debe al racismo de los gobernantes peruanos. Dina Boluarte, quechuahablante nacida en Chalhuanca, Apurímac, no parece ser el prototipo de lo que ella describe.
Menos aún la policía, una institución en la que todas las sangres que conforman el Perú se encuentran en igualdad de derechos y obligaciones. Y en el caso de los suboficiales, que son la mayoría (y los operativos en el terreno), virtualmente todos son nacidos y formados en su propia región. Si hay un “sesgo”, este está dado en las zonas altoandinas del sur, por el gran número de hijos de campesinos que encuentran en la PNP un futuro mejor.
Creo que la explicación de los problemas de violaciones a los derechos humanos específicos que se han dado y, sobre todo, el más grave, ocurrido como consecuencia del intento violento de tomar el aeropuerto de Juliaca, radica en el tipo de misión encomendada por el Gobierno y en la ausencia de un monitoreo cercano de los ministros de entonces, que llevó al absurdo de enfrentar a una turba que los superaba ampliamente y que quería tomar un aeropuerto (que ya estaba inoperativo) y que terminó generando una tragedia que se pudo evitar y cuyos efectos en Puno son incalculables.
Aunque hoy hayamos retrocedido por el odio incentivado con fines políticos hacia los “no originarios” por un señor de nombre Pedro y de apellidos Castillo y Terrones, creo que es en esa extraordinaria diversidad de razas y culturas, que tan bien ejemplifica la PNP, en donde está nuestra mayor riqueza como peruanos.
Este artículo está dedicado a mi entrañable amigo, el coronel Juan Briceño Pomar, más conocido en la PNP como ‘Negro Briceño’, un gran policía fallecido hace ya demasiados años, pero que vive en la memoria de todos los que lo conocimos.