Patricia del Río

Impredecible, la palabra compuesta por los sufijos latinos “in – prae - decire – ible”, significa literalmente “lo que no se puede nombrar antes de que ocurra”, es decir, lo que no se puede intuir o adivinar. Lo impredecible siempre nos coloca en una situación de indefensión. Nos deja sin capacidad de planear nuestro futuro. Pero no todas las consecuencias de lo impredecible son imposibles de imaginar. Sabemos que va a ocurrir un terremoto, lo que no sabemos es cuándo y de qué magnitud será. Ignoramos el lugar del epicentro, pero estamos seguros de que, ahí en donde ocurra, dejará secuelas enormes de muerte, porque hemos diseñado viviendas con forma de féretro.

Igual que con los sismos, nuestra se ha vuelto imposible de pronosticar. Nunca estamos seguros de cuándo se va a dar una vacancia presidencial o un cierre del Congreso, pero las posibilidades de que ocurran son altas. Tampoco podemos vislumbrar quién será nuestro próximo presidente, pero en vista de la oferta con la que contamos, es fácil dibujar su identikit: lo más probable es que sea un radical, conservador, autoritario, alérgico a la transparencia e incompetente para el cargo. Da lo mismo si viene de la o de la .

De abonar ese escenario se encargan los que actualmente ocupan puestos fundamentales como la presidenta, los alcaldes, los gobernadores regionales, los congresistas, los líderes de partidos políticos y un largo etcétera. Están esmeradísimos en pauperizarlo todo, dejando el escenario listo para que empiece una función en la que los pobres no estarán invitados. A la izquierda de Cerrón y amigos, los que menos tienen solo le interesan para usarlos de escudo y robarles en su nombre; a la derecha de ‘La Pestilencia’ no le importan en absoluto, para ellos, si los matan, “están bien muertos”; si no trabajan, “son ociosos”; si no los apoyan, “son terrucos”.

Con el fin de que no surja ninguna alternativa de centro, medianamente decente, los payasos –de este circo de carpa con hueco y payaso borracho– se han encargado de fumigar, difamar y atarantar a todo aquel que quiera competir con cartas más limpias; sin evaluar a quién terminarán entronizando. Esa derecha e izquierda que tienen dominado el discurso político parecen ignorar que, si siguen en ese plan, acabaremos en manos de algo mucho peor que Pedro Castillo y a cuyo lado Keiko Fujimori lucirá casi angelical.

La oferta del ala cerronista se quemó con la insensatez de haber colocado en el sillón presidencial a un sujeto cuyo mayor problema no fue su ideología, sino su absoluta ignorancia sobre los deberes que le imponía el cargo. La oferta de la derecha se está desgastando a pasos agigantados desde que decidió apoyar a Dina Boluarte cuyas atrocidades en el campo de los derechos humanos les van a salpicar indefectiblemente.

Increíble que aquellos que pronostican infiernos comunistas o avernos mercantilistas sean incapaces de entender que, en el Perú, donde el voto es obligatorio, llegarán a las urnas todos los que hoy se sienten traicionados por un gobierno y un Congreso que han masacrado sus expectativas. Increíble que ninguneen la desazón de una población a la que le falta plata, pero le sobra dignidad. Absurdo que olviden que el sur de nuestro país, el más golpeado por la violencia oficial, hace tiempo que inclina el resultado electoral para un lado u otro. Más inverosímil aún que no entiendan que este rechazo a la institucionalidad está desperdigado en todo el territorio nacional, incluso en la trinchera que pretende ser Lima.

Dada la hora, los furiosos no van a necesitar a ningún caviar que los convenza para votar así o asá. Basta con la cólera que viene amasando para que el ciudadano, que está reventado, le reviente la vida a ese otro que lo ha despreciado. Y la responsabilidad será de los que construyen tumbas en las que quedaremos todos atrapados en el próximo terremoto.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Patricia del Río es periodista