No existen pesos ni contrapesos en nuestra política. Si los hay, no se sienten o no sirven para mucho.
Los eventos se han dado de una forma tal que el Ejecutivo y el Congreso, más allá de cierto show para las cámaras, coexisten sin mayor problema con el objetivo de sobrevivir hasta el 2026. Ambos se han dado cuenta de que pueden tener aprobaciones de un dígito y ser promotores y tolerantes de la impunidad e ilegalidad, sin que ello tenga mayores consecuencias. Al menos en el corto plazo.
Es muy probable que esta coexistencia se vaya deteriorando conforme nos acerquemos al período electoral. Quienes hoy respaldan a la presidenta Boluarte dirán mañana que la mandataria es frívola, la acusarán de algún presunto delito e incluso, en el calor de una campaña electoral, me atrevo a decir que algunos revisitarán sus posturas políticas y legales respecto de las muertes ocurridas durante las protestas de fines del 2022 e inicios del 2023. Todo depende de cómo vayan fluyendo las cosas (y las encuestas).
Nadie querrá estar cerca de una figura radioactiva. Y quién sabe también si con el ánimo de alejarse de la mortal radiación opten por borrarla antes del mapa (con una vacancia en el 2025) para que se despeje un poco el ambiente antes de los comicios. Una nueva repartición de las cartas puede generar la posibilidad de restablecer, en algo, algún sistema de pesos y contrapesos. La ecuación no está garantizada, pero, al menos, hay chances. Otra opción es que se presente alguna situación (escándalo, desastre, entre otras) que mueva la calle a niveles de generar inestabilidad y cambios, pero, por ahora, eso no asoma en el horizonte.
¿Qué ocurre entre tanto? Pues quienes pueden ejercer algún nivel de contrapeso al poder son los medios de comunicación y los periodistas. No en vano el Gobierno ha decidido culparlos de todos sus problemas. En este momento, no hay otros actores de la sociedad civil que tengan el peso para hacerlo, ni tampoco algún protocandidato.
Los medios generan incomodidad al poder político, pues evidencian la impunidad e ilegalidad. No pretendo endiosar a los medios ni a los periodistas. Los hay de todo tipo y para todos los gustos. Están en todas las áreas del espectro político y, en muchos casos, tienen también una agenda.
No me incomoda que la tengan, en tanto sea transparente y no afecte la línea informativa. Los periodistas no tienen por qué ser neutros; qué aburrido sería.
Ninguno tiene corona. Pero la relevancia del oficio y su función determina que existan principios y protecciones que aplican para todos. Uno fundamental es el de la protección de las fuentes que debe ser aplicado independientemente de la agenda o postura de tal o cual periodista, incluido, por supuesto, Gustavo Gorriti.