La colombiana Alejandra Omaña no nació para sumisa. A los 16 años ya vivía sola, alejada de su católica familia. A los 18, escribía en la prensa denunciando la violencia de su Cúcuta natal, plagada de narcos y paramilitares. La amenazaron de muerte y escapó a Bogotá, donde trabajó como editora y periodista. Una cosa llevó a otra... y ahora es actriz porno.
“Siempre me gustó colgar fotos provocativas en redes sociales. Antes, mis amigos del mundo editorial me advertían que así nadie me tomaría en serio. Pero desde que estoy en el porno, la verdad, también recibo más encargos para trabajar en periodismo”.
Mientras paseamos por la Feria del Libro de Bogotá, algunos chicos se acercan a tomarse fotos con Alejandra, que se ha vuelto una figura muy mediática, tanto por su cuerpo como por sus opiniones. Ha venido a presentar su primer libro, unas memorias sobre la vida en la frontera. Sin embargo, su verdadero trabajo son los shows de sexo para webcam. De momento, prepara un dúo lésbico sadomasoquista, y en el futuro espera poder hacer un gang bang con cinco negros.
Esa doble vida entre periodista y actriz no es doble en realidad. Según Alejandra, la industria del cine erótico se parece mucho a la editorial. Y sus videos son una actividad tan creativa y libre como cualquier arte. Hace lo que hace porque es dueña de su cuerpo. No acepta que nadie le diga qué hacer con él.
Alejandra no está sola. Uno de sus proyectos es colaborar con Erika Lust, una directora sueca dueña también de una filosofía particular. Si Alejandra considera a la pornografía un espacio de libertad, para Lust es un compromiso social. Como declara en el documental “Arriba las mujeres”:
“Tenemos que entender que la pornografía es educación sexual. Cualquier adolescente con una computadora aprende más de sexo en la pantalla que en casa. Y la mayoría de las películas presentan a mujeres sometidas o maltratadas. Soy madre de dos hijas. No quiero que esa sea su escuela”.
Según Lust, el cine para adultos siempre ha sido falocentrista: las imágenes se concentran en el placer del hombre y desprecian la belleza del sexo. En cambio, ella trata de retratar el placer de la pareja dándole valor estético.
Así, mientras las feministas clásicas luchan por sacar a las mujeres del porno, Erika Lust quiere meterlas en él. Produce un cine erótico que ellas pueden disfrutar. Y al parecer, lo está logrando, porque su público femenino es cada vez más amplio.
Por cierto, Alejandra Omaña también cuenta con una importante audiencia femenina. Según dice, desde que hace shows sexuales, muchas chicas le coquetean por la calle.
Si la revolución del siglo XX fue la de las clases obreras, la del XXI será la de las mujeres. Poco a poco, ha ido aumentando la igualdad en el trabajo, en el poder, en el acceso a la educación. Ahora se lanzan a conquistar el cine adulto, buque insignia de la masculinidad. Pero ya no quieren abolirlo. Quieren adueñarse de él.
En su ensayo “La tercera mujer”, Gilles Lipovetsky se enfrenta al feminismo radical. Según él, las mujeres no van camino de ser exactamente iguales a los hombres, sino camino de ser... lo que ellas decidan. Alejandra y Erika –y Sasha Grey, y Amarna Miller, y muchas más– confirman su teoría.
El feminismo tradicional detesta a estas chicas. Pero la mejor defensa de las mujeres es reconocer su libertad y su placer. Las nuevas figuras del porno van a jubilar a las antiguas feministas, convirtiéndolas en monjas de colegio de púberes.