(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Gonzalo Portocarrero

En estos últimos meses la sociedad peruana ha estado enredada como si se encontrara en un pantano. Ni siquiera logramos visualizar un camino de salida y las malas noticias se van juntando.

A la imposibilidad de lograr un desarrollo sostenible a través de la exportación de minerales, se aúna la dificultad que significa carecer de un plan estratégico de diversificación económica que permita, sobre todo, el crecimiento del empleo y el aumento de las remuneraciones.

Mucho más frágil es la situación política. Nada significativo sucederá hasta que se procesen las declaraciones del ex jefe de Odebrecht en el Perú, Jorge Barata, que podrían acarrear muchas sorpresas. Es muy probable que todos terminen embarrados, pero unos más que otros.

Entonces, por ejemplo, vacar a PPK podría ser percibido como un oportunismo cínico si es que resulta que los entripados de Keiko Fujimori y Fuerza Popular (FP) son de mayor calado que los del mandatario. En especial si se ponen en la balanza las acusaciones contra el ex secretario general de FP Joaquín Ramírez, que podrían demostrar la gran influencia del narcotráfico y el lavado de dinero en el keikismo.

Es probable que PPK y Keiko estén muy nerviosos, pues tienen mucho que perder. En todo caso, ya hemos caído bastante en institucionalidad y transparencia. La pelea por el prestigio de la clase política se juega en términos de ser menos ladrón y corrupto que el adversario.

Todo indica que ahora los más interesados en la vacancia son las bancadas de izquierda, la del Frente Amplio y la de Nuevo Perú. Ambas parecen apostar –por dogmatismo o ignorancia– por un desgobierno que calculan será un terreno abonado para la elección de un populismo que no tiene futuro.

Esto último, pues su repertorio de políticas (aumento del empleo y remuneraciones, control de precios, etc). se desliza después de un pequeño lapso de éxito (digamos como un veranillo) hacia la crisis económica, la inflación y el desabastecimiento, a las batallas campales y la proliferación de la violencia. Finalmente, al potenciamiento de la corrupción y de los gobiernos mafiosos a todo nivel del sector público, pero también del privado.

Pero lo peor de estas semanas ha sido el incremento de la percepción de inseguridad ciudadana, especialmente en el tema de la violencia contra las mujeres. Aún peor, las violaciones a niñas que invariablemente reviven la polémica sobre la legitimidad de la pena de muerte y la conveniencia de la mano dura para la gestión de conflictos sociales.

Es una vivencia opresiva ver, una y otra vez, las escenas de asaltos y raptos de menores. Se inflama la ira de todos y, bajo este poderoso estímulo, se pierde mucho la capacidad colectiva de pensar con lucidez. Entonces la enfermedad se coloca en la posición del remedio: la violencia lo arregla todo.

Por ello, me parece que los periodistas de opinión, aquellos que aspiran a compartir sus ideas y que quieren enseñar a trascender la reacción emocional inmediata de la gente, deben ponderar mucho lo que escriben. Esta semana deja, por ejemplo, muchas lecciones, pero es posible que no se lleguen a aprender desde el simplismo de lo categórico. 

No basta con decir que los precios del cobre se han recuperado o que todos los políticos deben de irse a su casa, o que somos un país de violadores. O que, en todo caso, solo gracias a los grandes movimientos sociales de los últimos tiempos se han hecho visibles las enormes injusticias contra quienes no pueden defenderse tanto, como son los niños, las mujeres y los pobres.

Lo que debe ponderarse es que el país ha progresado mucho en los últimos años. Asimismo, nuestras energías deben comprometerse en tratar de comprender mejor cómo vamos a enfrentar estos nuevos tiempos que se anuncian como decisivos para el progreso de nuestra república. Solo de un optimismo razonado, que resiste a agotarse en la queja desilusionada y el deseo de muerte (el suicidio colectivo), será posible construir un futuro digno para todos.

En lugar de relamerse en las desgracias habrá que concentrarse en identificar las posibilidades de redefinirnos como una nación que quiere hermanarse en su construcción. Así, por más sombrío que pueda parecer el panorama inmediato, hay que seguir pensando, más allá, en otras salidas.