A veces pienso que el presidente Humala corre el riesgo de autoderrocarse. En estos momentos, cuando se le cierran los márgenes de acción en el Congreso –por el maltrato a su bancada y su impericia en el trato con el resto de los congresistas– reacciona nombrando a Ana Jara y a Fredy Otárola, dos de sus allegados, en lugar de aprovechar la oportunidad y reorganizar un gabinete que cuente con la aprobación de la mayoría de las fuerzas políticas.
Es difícil admitirlo públicamente, pero la confusión de ideas y el concepto que tienen los Humala de la política empieza a convertirse en un asunto peligroso para la estabilidad del país.
El lunes, para explicar por qué la decisión de su esposa de postular a Ana María Solórzano para presidir la mesa directiva del Congreso, se mantiene; el presidente dijo textualmente que “todos los partidos tienen sus mecanismos para seleccionar a sus candidatos a través del centralismo democrático”.
Según la Enciclopedia Política de Rodrigo Borja, el centralismo democrático “fue la expresión eufemística y equívoca que utilizaron los ideólogos y líderes marxistas para designar el sistema de toma de decisiones en los partidos comunistas y en sus gobiernos. De hecho, tales decisiones se tomaban en la cúpula del aparato partidista, sin consulta con las bases, y luego se ejecutaban en el gobierno, dentro del paralelismo estructural que existía entre ellos”.
En otras palabras, lo de “democrático” más que un eufemismo fue una ironía cruel para quienes soportaron el sistema comunista por largos años.
Stalin llevó al extremo el concepto marxista leninista del centralismo democrático para imponer su arbitraria voluntad, y cuando Trotski, uno de los fundadores del Ejército Rojo, lo cuestionó, lo mando matar.
La verticalidad de este pensamiento convirtió a los dirigentes comunistas de todos los tiempos en los dictadores sanguinarios de los que hoy tenemos referencia. En la China Mao Tse Tung lo aplicó radicalmente; y Kim Jong-Un, el actual gobernante de Corea del Norte, que heredó el poder de su padre y este de su abuelo, lo usa tal cual en su paupérrimo país. El dirigente es el centro único del poder y sus decisiones no se cuestionan.
Bajo la misma premisa pero en versión bananera, Fidel Castro le heredó la presidencia de Cuba a su hermano Raúl; y Hugo Chávez hizo lo propio con Nicolás Maduro. Guardando las distancias intelectuales, la reciente designación del hijito de Maduro como director de la Escuela Nacional de Cine de Venezuela, es otro botón de muestra.
Sin embargo, el centralismo democrático ha funcionado en organizaciones fuertes e ideologizadas y ese no es el caso del nacionalismo de los Humala. El mismo lunes, después de apelar al concepto marxista para justificar su manera autoritaria de designar a la candidata a la presidencia del Congreso, el presidente añadió: “Yo les pediría más responsabilidad a los periodistas porque a todo le ponen capricho. Hubo una propuesta inviable con un papelito, mediante un petitorio con firma de varios parlamentarios, eso no está en nuestros usos y costumbres”.