Marco Velarde

Fusionar el Ministerio de la Producción (Produce) y el Ministerio de Comercio Exterior y Turismo (Mincetur) podría ayudar con la eficiencia del Estado. Sin embargo, a largo plazo, sacrificaría la visión del . Hay una conexión directa entre la y el desarrollo económico y social de un país.

La felicidad es difícil de conseguir. Igual la justicia. Es difícil realizar nuestros sueños o los de nuestros hijos si no podemos acceder a puestos de trabajo. Asimismo, es difícil tener un país justo si no podemos financiar a técnicos que diseñen políticas que nivelen la cancha o jueces que repartan justicia eficientemente.

Por eso, la industria y el sector privado son importantes. Más allá de la generación de puestos de trabajo, cuando el Perú vende más productos al mundo los impuestos sirven al Estado para financiar aquellas políticas que abren el camino a la felicidad o a la justicia. Es muy simple.

Por ello, necesitamos una industria y un sector privado mundialmente competitivos. Pero, a pesar del éxito económico de los últimos 30 años, nuestra productividad aún es una décima parte de la de EE.UU., nos ubicamos en el puesto 64 de 67 en el ranking de competitividad del IMD y nuestros productos de manufactura son solo el 0,1% del total de las exportaciones mundiales. Aún somos prisioneros de nuestro pasado.

Las analogías son importantes. Construyen o destruyen opinión pública. La analogía favorita de los peruanos sobre políticas industriales es la de la fallida política de sustitución de importaciones donde gobiernos como el peruano protegían sectores estratégicos, reemplazando productos extranjeros con producción nacional.

Esta nos llevó a la hiperinflación y empobreció a más del 60% de la población, como explica el periodista Víctor Andrés Ponce. Por eso, cuando hablamos de industrialización, nos da escalofríos. Escuchamos los ecos de la izquierda de los años 70 y 80.

Sin embargo, el mundo cambió y trajo un nuevo tipo de políticas industriales. Hoy países como EE.UU., China, Brasil y la Unión Europea invierten miles de millones en ellas por razones de seguridad nacional, transición energética y competitividad.

Si bien siguen buscando la transformación de sus estructuras económicas, hoy estas políticas son distintas a las del siglo pasado, como mencionan académicos como Mariana Mazzucato, del University College London, o Dani Rodrik, de Harvard.

Si antes se orientaban a las importaciones, ahora miran a las exportaciones. Si antes buscaban proteger sectores estratégicos dictados por el Estado, ahora coordinan con el sector privado para crecer o catalizar la actividad pensando en los mercados. Si antes se enfocaban en proteger puestos de trabajo, ahora buscan resolver grandes problemas del país.

En la CADE del 2007, Michael Porter, profesor de la Universidad de Harvard, inició una conversación sobre competitividad y transformación industrial que no se trataba sobre ministerios, empresas estatales o subsidios, sino sobre cómo priorizamos en los siguientes diez años los sectores donde el Perú tiene ventajas ya elegidas por el mercado, como la minería, el agro o la pesca. Dedicar allí los mayores esfuerzos del Estado, coordinando con el sector privado, para avanzar sus productos en las cadenas de valor mundial, mientras preparamos otros, como biodiversidad y turismo, para priorizar estos cuando los primeros ya estén encaminados.

Recién con esta estrategia los políticos tendrían un objetivo para hacer política. Internamente, podrían aclarar la flexibilidad laboral a cambio de una seguridad social pública respetable para los futuros perjudicados. Y luego, apalancar este capital político para erradicar la corrupción, primero en la policía y en el Poder Judicial, como base para removerla del sector público y desarticular las mafias del sector privado. Con esto en mente, el Perú tendría un objetivo claro para balancear sus intereses en el exterior.

Esto implicaría, no el liderazgo de un solo ministerio, sino una coordinación que pueda trabajar con los distintos sectores estatales y de la sociedad. Cercana al sector privado, pero que pueda evitar cualquier captura monopólica y resistir cualquier impulso populista. Que, más que recaudar, busque invertir en activos que den retorno a largo plazo. Pero estamos lejos de esta conversación.

Prisioneros de las analogías del pasado y de las divisiones del presente, nuestro futuro es incierto. No podemos formar acuerdos mínimos y nos olvidamos de que la carrera no es entre peruanos, sino con el resto del mundo, y la estamos perdiendo. Antes de competir a nivel mundial, tenemos que decidirnos a hacerlo. Es una buena oportunidad para liderar; no esperemos a las próximas elecciones otra vez.


*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Marco Velarde es Consultor internacional

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