“Cabe preguntarnos de dónde viene el hábito de pegarle a la pareja“. (Ilustración: Giovanni Tazza)
“Cabe preguntarnos de dónde viene el hábito de pegarle a la pareja“. (Ilustración: Giovanni Tazza)
Hugo Neira

A cada momento los medios cumplen con ponernos al tanto del horror. Las escenas de la violencia machista son abundantes. ¿Cómo olvidar, por ejemplo, a Arlette Contreras, de 25 años, que al huir de su novio, Adriano Pozo, en un hotel de Ayacucho, este la golpea, la ahorca a medias y termina por arrastrarla de los cabellos? La cámara de seguridad del hospedaje graba la feroz agresión. Esas imágenes se volvieron virales.

Pero en los dominios del mal, ¿cómo olvidar a Eyvi Ágreda, a quien Carlos Hualpa, un hombre de 37 años, le rocía combustible y le prende fuego al interior de un bus de transporte público? La joven sucumbe, semanas después, y muere tras varias operaciones. La agresión fue al rostro. No solo asesinato, sino martirio. En cuanto a Hualpa, no es un arrebatado adolescente. El crimen lo comete a sus 37 años. Tampoco es un fracasado, es cocinero de profesión.

El Poder Judicial informa que, entre enero del 2017 y enero del 2018, se tramitaron 925 procesos por feminicidio, así como 24.973 casos por violación de la libertad sexual. Cabe preguntarnos de dónde viene el hábito de pegarle a la pareja. También se señala que un 60% de ataques a mujeres ocurre en los hogares, no tanto en calles o lugares públicos. Este dato agrava la problemática del feminicidio peruano.

Ahora bien, los campesinos, en el Perú y en América Latina en general, han sido estudiados abundantemente. El tema central: instituciones colectivas, ejidos mexicanos y comunidades de los Andes. Casi todo se ha estudiado, incluyendo el éxodo rural. Pero casi nada sobre vida conyugal, y menos del sexo. Es cierto que hay un estudio de Federico Kauffmann Doig, pero trata del Perú antiguo.

Sin embargo, hay un estudio sobre sexo en los Andes: “Amor y violencia sexual”, de Ward Stavig (IEP, 1996). El autor es profesor en la University of South Florida. El editor, Julio Cotler. Ocurre, pues, que ese riguroso trabajo se ocupa de la violación en la comunidad india, la homosexualidad, el incesto, la prostitución, el adulterio y la violencia. Es importante porque las prácticas de vida del período colonial en comunidades y pueblos no se modificaron tras la Independencia. Las culturas andinas fueron lo que Lévi-Strauss llama “sociedades frías”. De tiempo lento.

Stavig ha trabajado sobre archivos. Es cierto que Guamán Poma había dicho que las mujeres indígenas eran violadas por españoles y “que eran desfloradas por indios”. En Quispicanchi y Canas, se había creado un fondo comunal de apoyo. Es significativo el aporte de Stavig. La sociedad posincaica tuvo hábitos sexuales diversos como otras sociedades. Se esfuma, pues, la idealización de lo indígena, literatura de los indigenistas. De esto nunca hablaron. Entonces, ante la mujer contemporánea y la negación de su libertad sexual, no es necesariamente un conflicto producido por la urbanidad actual, tiene raíces profundas. El gran problema de la violencia sexual en nuestros días, ¿cuál es? ¡Una crisis del varón peruano! La pregunta en torno al feminicidio es: ¿qué le pasa al varón? Y de eso hay mucho que decir.

En cuanto a la actual política del presidente Vizcarra, en el tema de la bicameralidad, simplemente es ininteligible.