“¿Qué les vas a decir a tus hijos cuando te pregunten por qué esos dos hombres van cogidos de la mano o esas dos mujeres están besándose?”. El mensaje en Twitter respondía a un artículo defendiendo el matrimonio entre personas del mismo sexo.
“Que se aman” le respondí. Es la respuesta obvia. Si fuera una pareja heterosexual es lo primero que se nos vendría a la cabeza ¿Por qué no debería venírsenos la misma idea frente a una pareja homosexual?
“Stop Kiss” trata justo de eso. Del amor. De cómo nos enamoramos todos. No de cómo se enamoran los que pertenecen a un grupo determinado. Habla del amor universal. Del que te hace sentir mariposas en el estómago. Del que no te deja dormir. Del que te distrae de todo y de todos. Del que se escapa por la brecha que le abre al cruce disimulado de miradas o al roce casual de la piel de dos personas. Del que celebramos el Día de San Valentín. Del que se libera, con un par de tragos, del esfuerzo de parecer indiferente. Trata del beso furtivo. De ese beso que luego se vuelve franco. De ese amor que hace que vivamos nuestra vida en la de otro.
Escrita por Diana Son, la obra de teatro se presenta en el Centro Cultural de la Universidad del Pacífico bajo la estupenda dirección de Norma Martínez. Por supuesto que, como en la literatura, el amor necesita vivir un drama, un reto a ser superado. Necesita de un enemigo a ser derrotado. El amor en la ficción no puede ser fácil. Tiene que hacernos sufrir. El drama puede llegar por la distancia, por el prejuicio, por el error, por la infidelidad. Puede ser por las rivalidades entre familias como en Romeo y Julieta. O por la distancia social, como en la Cenicienta. O por el compromiso con los hijos que lleva al personaje de Meryl Streep a renunciar al amor en “Los puentes de Madison”, la extraordinaria película de Clint Eastwood. O puede ser el color de la piel como en “Ciriaco de Urtecho, litigante por amor”, el libro de Fernando de Trazegnies que nos regala la historia real de un español que en la Colonia litiga por la validez del contrato que le permitiría comprar a su esposa, una esclava que encuentra en los abogados la única posibilidad de lograr la libertad y alcanzar el amor de su marido.
En “Stop Kiss” el drama lo trae la ira, la intolerancia, la vergüenza. Lo trae la cólera de los tiempos en que el amor entre dos hombres o dos mujeres debe ser ocultado de los niños y de los adultos o, incluso, debe ocultarse entre los propios enamorados. Como dice la canción de Mecano “Nada tiene de especial dos mujeres que se dan la mano. El detalle viene después cuando lo hacen debajo del mantel”.
La obra nos trae la verdadera razón de una discusión que, quizás por los énfasis o por los exabruptos de quienes defienden y cuestionan matrimonios homosexuales o uniones civiles, nos hace perder el punto realmente importante. Lo cierto es que no creo que lo que esté en juego sea la religión o la institucionalidad o el derecho a tener hijos. Tampoco lo central es casarse o no casarse. Todo ello es consecuencia de lo que realmente está en el fondo: el derecho a amar a otra persona. El derecho a amar a quien quiera y como quiera. Es legítimo sentir timidez de mostrar nuestros sentimientos a otro. Lo que no parece legítimo es que no lo mostremos por temor a los prejuicios de una sociedad que exige que ciertos amores sean vergonzantes.
La obra no tiene realmente moraleja. En realidad es una crítica a las inmoralejas (un término inventado para referirme a lo contrario a una enseñanza o conclusión positiva en una historia). Critica la inmoraleja de sugerir que el amor es bueno o malo dependiendo de a quién lo diriges. O la inmoraleja de que uno debe avergonzarse de amar.
“Stop Kiss” es simplemente la historia de un beso. Un beso tan inocente, dulce, sensual y conmovedor como cualquier otro. Un beso con el que, parafraseando a Neruda, sabrás todo lo que he callado.