Prohibir no funciona, por Carlos Adrianzén
Prohibir no funciona, por Carlos Adrianzén
Carlos Adrianzén

En las últimas semanas el tema de los monopolios y la forma de combatirlos (con furibundas iniciativas congresales de por medio) se ha puesto de moda. En esta columna buscaré ofertarles una serie de ideas básicas –y espero útiles– sobre lo que son y lo que implican los monopolios y cómo enfrentarlos. 

En el imaginario popular, un monopolio representa a un único vendedor que determina el precio en un mercado y abusa del consumidor. Y es que, al  racionar la cantidad ofrecida, el vendedor puede cobrar lo que quiera y –eventualmente– entregar una calidad deplorable de un bien o servicio. Esta visión es muy sencilla… solo que no siempre corresponde a la realidad. Si no existen barreras de entrada a un mercado y, además, abundan los sustitutos, un único vendedor sería incapaz de determinar por sí solo el precio o la calidad de lo que ofrece.

Aquí vale la pena diferenciar entre el número de vendedores y el poder monopólico. Tal como lo destacaba Adam Smith hace más de tres siglos, lo monopólico es opuesto a lo competitivo, donde no hay barreras de acceso al mercado y existe libertad económica (ergo, abundan los sustitutos). Ese es precisamente el meollo del asunto: el poder de explotar al consumidor porque existen barreras o regulaciones que permiten que así sea. Los yacimientos únicos tienden a ser defenestrados por la innovación y aparición de sustitutos cercanos.

Nos debe quedar claro que ser el único vendedor puede valer poco; tal como lo constataron las compañías que ofrecían telefonía fija en el Perú cuando se dio el ‘boom’ de la telefonía celular. Claro está, antes de que un cambio tecnológico nos trajera sustitutos cercanos y baratos, las empresas que operaban en el sector de telefonía fija pagaron ingentes sumas de dinero para comprar la licencia monopólica al Estado Peruano.

Lo curioso, sugestivo y triste de este resumen es que algunos de los que criticaron a las empresas de telefonía fija (que invirtieron en el país) no solamente nunca criticaron al Estado por vender la licencia monopólica, sino que, hasta hoy, no han comprendido ni lo elemental. Para que un único vendedor (o unos pocos vendedores) pueda aplicar su poder monopólico no deben existir sustitutos cercanos y sí, más bien, barreras de entrada. Porque sin barreras de entrada y con altas rentas, pronto aparecen los sustitutos.

Por una serie de buenas intenciones, en la década de 1990 se optó por un esquema donde no estaban prohibidos los únicos vendedores, pero sí el abuso monopólico. Y para asegurar que los abusos no sean tolerados, el Estado Peruano creó su agencia de competencia: el Indecopi. Este debía reprimir las trabas e infracciones para el funcionamiento competitivo de los mercados. 

Lamentablemente, al poco tiempo y a través de sucesivas gestiones, reaparecieron diversas prácticas mercantilistas y estatistas (para asegurar que se puedan dar abusos de posición de dominio, trabas de ingreso a los mercados y casos de competencia desleal desde entes burocráticos). Asimismo, diversas administraciones politizaron, descapitalizaron y debilitaron el marco legal de la aludida agencia de competencia. Lo que hoy sucede no es casualidad, es un resultado lógico.

Ahora bien, quebrar este esquema  introduciendo cobros por autorizaciones de concentración, fusión o adquisición empresarial (ese sueño dorado de los burócratas corruptos)o la imagen idílica de una agencia de competencia súper capitalizada, enfrenta una triste realidad. Prohibir o reprimir las prácticas monopólicas no tiene mucha evidencia empírica a su favor. Más aun, si abundan los sustitutos o se desmantelan las barreras de acceso al mercado. 

Insisto, no se gana nada proscribiendo por decreto los monopolios y las autorizaciones para fusiones o adquisiciones. Hacerlo resulta contraproducente, autocomplaciente y hasta una bobería económica que alimenta casos de corrupción (imagínense cuánto cobraría un funcionario por autorizar una operación de concentración o cuánto estarían algunos postores dispuestos a pagar por un visto bueno). 

Lograremos, en cambio, enervar la competencia comprendiendo que el problema proviene de la capacidad de ejercer poder monopólico en el mercado. Y que este poder desaparecerá o resultará efímero cuando se desvanecen las barreras o aparecen sustitutos. 

Y un detalle más. En un ambiente económico libre, los monopolios son perros con bocado. Duran poco tiempo y desaparecen junto a sus utilidades. Tal como demuestra la historia de la banca comercial peruana entre la década de 1970 y 1980, cuanto más trabas, barreras y controles se aplican al mercado, mayor ejercicio monopólico existe.  

Por ello, si hoy observamos empresas públicas y privadas ejerciendo diferentes grados de poder monopólico, es porque no tenemos nada parecido a un entorno económico competitivo (aquí existen enormes y múltiples intervenciones estatales que controlan tipos de cambio, contratos laborales y aplican barreras de acceso y quiebra). Además, la herramienta institucional creada para reprimir cualquier infracción a la libre competencia está intencional y discretamente descapitalizada.