El domingo pasado relaté la importancia histórica, cultural e icónica del llamado Puente de Piedra, ubicado a espaldas de Palacio de Gobierno. Es, precisamente, este puente el que nos puede ayudar a cruzar hacia un tema que me parece importante señalar y que puede extrapolarse a tantos otros lugares de la Lima histórica.
Es conocido que el acervo fotográfico de Lima, hoy desperdigado en varias colecciones (he ahí otro tema), es una fuente importante de información para varios aspectos. Uno de ellos es el tema del ornato desaparecido y del registro de los cambios estilísticos y arquitectónicos de inmuebles y espacios públicos. El Puente de Piedra es un buen punto de partida para comentar algunas cosas. Construido para viandantes y carrozas, luego fue adaptándose para tranvías y por último automóviles y buses.
El puente fue, paulatinamente, perdiendo su personalidad al desaparecer los parapetos que servían muy bien de miradores y que realzaban los arcos bajo el puente. Se asfaltó y se colocaron barandas de fierro, lo que escondió la piedra del puente, que es el alma del mismo. Todo con fines utilitarios y cambiantes que cumplían fielmente su misión. Hoy esa misión, no existe más pues el puente ya no es utilizado por autos ni buses, ya que el tránsito de vehículos ha sido restringido y se ha desviado la mayor parte del mismo hacia otros carriles, por tal motivo se ha convertido, más que nada, en un puente peatonal.
¿No sería mejor volver a revisar grabados y fotografías de antaño y devolverle el alma al puente? ¿Volver a convertirlo en un ícono? ¿Reproducir farolas, pretiles y apartaderos? ¿Eliminar el asfalto? ¿Encontrar lo escondido?
No es un ánimo pasadista el que anima el hecho de restaurar el puente, sino más bien de vinculación de los usos del presente con la tradición del pasado, lo que es muy distinto a generar nuevos espacios con una recreación de lo antiguo pues eso sí carece de sentido. El lugar ganaría enormemente en estética y en identidad limeña. Por supuesto, es un reto y un consenso llegar a escoger los elementos de ese largo pasado que generen unidad en conjunto. Pero es buena empresa.
OTROS ESPACIOS POR RECUPERAR
Bajo esta misma óptica bien valdría la pena revisar otros espacios públicos que podrían beneficiarse del mismo tratamiento de “acercamiento a su pasado”: el Puente Balta, unos metros más allá, es una obra en fierro, representante de la revolución industrial, que ha sido carcomida por los recicladores (aunque no lo crea) y la corrosión.
Además, las plazas Dos de Mayo y Bolognesi con su afrancesamiento y carácter radial; la restitución de esculturas y mobiliario urbano en el Paseo de los Héroes Navales; la vinculación del espacio entre la Iglesia de Santa Catalina y el cuartel del mismo nombre; el entorno de la Plazuela de Monserrate; encontrar un lugar menos avergonzado para la estatua de Pizarro.
Volver a recuperar la cara del pasado en la ciudad es un reto que traerá beneficios al centro histórico, no solo por el lado turístico sino también para su espíritu.