Durante muchos años, el Perú ha mostrado su mejor rostro cuando ha organizado eventos internacionales. Desde los Juegos Panamericanos hasta el reciente foro del APEC, los peruanos han sabido estar preparados y lo han hecho exprimiendo al máximo las capacidades logísticas de nuestro país y disimulando nuestras impudicias, que no son pocas. El Perú celebrado ha desfilado orgulloso, emperifollado con sus galas más fachosas. Detrás de estos efímeros éxitos hay legiones de burócratas y empresarios que han trabajado sin descanso durante años, trascendiendo los aires tumultuosos de la política que muchas veces solo han entorpecido su desempeño.
El asunto es que no todas las noches son noches de bodas y hasta las lunas de miel más pomposas también llegan a acabarse. Cuando se despierte de la jarana, el Perú en resistencia, el postergado, todavía habitará el país. El gran desafío siempre ha sido que esos países que conviven en pugnas asimétricas puedan sentarse juntos, como decía el poeta: “al borde de una mañana eterna, desayunados todos”. Necesitamos una narrativa que trascienda el corto plazo político y, si estamos tan desprovistos de almas matinales que puedan rescatarnos desde adentro, quizá las grandes potencias geopolíticas del mundo nos están prestando visiones alternativas con las que podemos coquetear y hasta convencernos de que somos un país con porvenir.
El Perú puede decidir creer que, si varias potencias mundiales lo miran con entusiasmo, no es porque su importancia sea insignificante. El mismo Xi Jinping ya ha dicho que ni China ni EE.UU. pueden permitirse equivocaciones en cuestiones fundamentales y, quizás, el Perú es una cuestión fundamental –aunque ni nosotros lo creamos–. El Perú tiene los puertos más importantes que pueden unir América Latina y Asia. Si sabemos entender con inteligencia las ventajas de una política exterior de no alineamiento activo, podremos convertirnos en un país que ofrece ventajas para los diferentes ejes geopolíticos del mundo. Si China redobla su apuesta por el Perú, EE.UU. y sus aliados no deberían solo mostrar su preocupación por la inversión china en el país, sino ofrecer alternativas reales de diversificación portuaria y energética.
Pero, por convertirnos en ese país capaz de retener a los dos ejes más poderosos del planeta, no podemos renunciar a nuestra soberanía e instituciones. China no puede demandar que Chancay escape de la vigilancia de los reguladores peruanos. Se pueden establecer algunas ventajas tributarias, pero no al punto de parecer una tierra donde no exista la soberanía: no somos una colonia. Solo un Estado sólido con instituciones inclusivas y el desarrollo de obras y competencias en el territorio que fomenten el progreso más allá de Lima pueden garantizar que el mito del Perú celebrado pueda reconciliarse con el Perú en resistencia. De lo contrario, todo será un espejismo, una nueva oportunidad desperdiciada, y se convertirá en “un chancay de a 20″.