“La Punta: magma que Dios esculpió”, por Josefina Barrón
“La Punta: magma que Dios esculpió”, por Josefina Barrón
Josefina Barrón

La Punta es, para mí, el rumor del agua regresando al mar, colándose entre los cantos rodados de las orillas. Todas guardan la prehistoria en sus vetas, manchas y hermosas deformaciones. Pocos granos de arena encontré en sus playas como casi ninguno en las de La Pampilla, Makaha y otras de nuestra costa que alegremente llamamos verde. Caminé, a duras penas, abriéndome paso en la espuma briosa que el Pacífico ofrenda al de aquí, preguntándome por qué las inmensas paredes de los acantilados de Lima también aglomeran piedras de tiempos inmemoriales. Esos cantos detenidos en espesas capas de lodo atestiguan en silencio una serie de portentos que datan de glaciaciones y deshielos de millones de años atrás, cuando el hombre aún estaba del otro lado de Bering y encontraba la belleza tallando el colmillo del mamut. Ese magma que emergió a la superficie y fue esparcido por el territorio costeño rellenó espacios hasta formar planicies donde se asientan hoy la ciudad y sus gentes.

Un cataclismo hizo crujir esta tierra hace 15 mil años. En ese tiempo, el océano no se encontraba sino recién después de la isla San Lorenzo. Así de lejos de la costa estaba de nosotros el mar de Lima. La costa era mundo de pantanos, reino de perezosos gigantes, de cocodrilos que se asomaban entre algas; el clima era caliente, lluvioso. Esta costa estaba cubierta por una cordillera fronteriza al mar que, con el cataclismo, se quebró.

Entre Paracas y Punta Illescas fue rota la cordillera. Y se hundió, formando un vacío. Testigos de este magno evento son las islas Chincha, las islas de Asia, las Palomino, el Frontón y San Lorenzo. Al hundirse, aparece una corriente de agua fría que empieza a arrastrar de sur a norte todo el lodo y canto rodado que quedó del cataclismo; remolinos y corrientes carcomen la costa. Así se crean dos fenómenos geográficos que son hitos en la bahía de Lima: los acantilados y esa punta emblemática que desde cualquier lugar del litoral limeño se divisa. Lengua constantemente alimentada por la corriente de Humboldt.

Geológicamente, el puerto del Callao no existiría sin esa cordillera hundida y sin esta punta. La cordillera hundida, con sus islas que se asoman, protege al puerto de los vientos del sur. La Punta, a su vez, provoca un remolino al chocar con ella la corriente de Humboldt y desviarse para toparse con la isla San Lorenzo. Así, ese remolino ha ido escarbando las profundidades marinas por milenios, generando un puerto naturalmente, haciendo de él el más importante del Perú.

La Punta celebra esta semana cien años de fundación. Pero son miles, millones los años. Yacen todos en un canto rodado que aguarda la ola que, una vez más, acariciará esa piedra para seguir esculpiéndola.