Razones humanitarias son las que menos conminan a las potencias a meterse en tierras ajenas. No las movilizan la tortura y el asesinato en inimaginables formas; tampoco el hambre, la miseria, el desplazamiento de millones lejos de sus hogares. Para nadie es nuevo que los intereses económicos son la punta de la pirámide. La codicia es la génesis en la historia de las civilizaciones. Vaya a saber cómo se vinculan los países poderosos y los paraísos fiscales, las aldeas, las etnias, los feudos y califatos, los mercenarios de corbata y los de turbante, los fanáticos extremistas y las fortunas personales.
Vladimir Putin dijo, en más de un encuentro mundial, que la agresiva interferencia extranjera en el Medio Oriente y el norte de África ha resultado en violencia, pobreza y desastre social en vez de progreso y desarrollo. Que a nadie ha importado realmente los derechos humanos. El vacío de poder ha llevado al surgimiento de extremistas y anarquistas. Mostraron estos grupos s amasijo de odio y enfermedad de todas las formas posibles. El Estado Islámico pronto se convirtió en la encarnación del mal.
Putin ha dejado claro, detrás de su mirada de lobo estepario, que sin tregua irá tras esos malditos. Se ha dispuesto a aplacarlos; tiene las armas y el coraje, porque a él y a la Rusia empoderada nada ni nadie los detendrá: “Esto es solo el principio. Los buscaremos en todas partes, y los encontraremos. En cualquier rincón del planeta donde se escondan. Y los castigaremos”, ha dicho. A nadie pide permiso. Y eso es lo que más asusta, como siempre ocurre con Putin. Es Rusia, la grande que derrotó a Bonaparte y a Hitler, y no, no fue por los crudos inviernos ni las largas distancias que claudicaron ambos titanes.
Putin tiene años desarrollando una industria armamentista que pocos imaginan. Despliega algo de ella. Apoya a Francia apenas ocurre lo de París. Misiles y antimisiles, aviones, radares, cosas que estaría de más detallar aquí por lo complejas que resultan para el de a pie como yo. Parece querer mostrarse todopoderoso, mientras actúa en Siria, por tierra, desde el mar Caspio y aire. Es temido y mirado con más que recelo. Pero hoy, frente a ese enemigo común, todos los que algo tienen que aportar empiezan a integrarse a pesar de sus diferencias. Allí EE.UU., Francia y Gran Bretaña junto a Rusia, algo que nadie imaginaba un año atrás.
El Estado Islámico no se detendrá. Seguirá asesinando personas al azar en distintas ciudades del mundo. A nadie le gusta la guerra. A nadie las bombas y misiles. Pero esto ya nada tiene que ver con la codicia del oro negro o el amarillo, ni la política interior o exterior. Eso vendrá luego. Es la vida de nuestros hijos la que está en juego hoy. Y quien la amenaza, nuestro común enemigo.