Pedro Paz Soldán y Unanue, alias Juan de Arona, se ocupa de la rabona en su Diccionario de Peruanismos y habla despectivamente de ella. Dice: “La rabona es una india de raza pura, pequeña, maciza, cuadrangular, hideuse [horrible], que va siguiendo abnegadamente al soldado peruano por los desfiladeros de la Sierra, por los arenales de la Costa, por entre los fuegos de la batalla, y llevando a cuestas a sus espaldas, en un enorme rebozo de bayeta, anudado sobre el pecho, los útiles de cocina, el fruto de sus entrañas, la fajina para prender el fuego, ¡un hogar entero!”
A la rabona se le llamaba así porque era requisito esencial para ingresar en el servicio cortarse el pelo, ni más ni menos que como a las mulas les cortaban el rabo por temor a las alimañas.
La rabona significaba muchísimo para el soldado peruano que combatía por nuestra independencia y hasta tal punto que sin ella, él no era nada.
Iban generalmente las rabonas a la retaguardia de la tropa y pasaban a la vanguardia cuando la tropa tenía que acampar. Entonces descargaban las mulas, armaban las tiendas y para levantar improvisadamente las carpas, contaban con algunas estacas y esteras traídas a la espalda, así como ramas y palos de los alrededores.
Luego tenían que recolectar, de grado o de fuerza, cuanto podía servir de alimento a la soldadesca, lo que originaba no pocos incidentes y el inevitable cierrapuertas si el pueblo era mayor. La razón de ello era que las rabonas, cuando estaban a la busca de comestibles, eran verdaderas plagas de langostas, como dice Fuentes. Pedían inicialmente a las buenas, pero si la petición no era satisfecha, entonces procedían a las malas y rancheaban, vale decir, arranchaban, de donde procede el peruanismo rancho, ‘comida de tropa’.
Amén de los comestibles, las rabonas tenían que buscar los combustibles, y si no conseguían leña propiamente dicha, entonces recolectaban chamiza, que es una leña menuda, y también champas o pasto seco y duro, y taquia o estiércol de camélidos. Por último, la rabona debía aportar agua de algún manantial, puquio o río, para lo cual llevaba porongos.
La rabona era de armas tomar, una mujer resuelta, intrépida, denodada, expedita, desenvuelta, entradora, audaz, valiente y osada. Trabajaba 15 horas diarias y a veces 18 y 20. Los administradores de empresas dirían hoy que era una mujer verdaderamente proactiva.
De la rabona se podría decir lo mismo que se ha dicho del secretario de Hitler, Martin Bormann. El historiador David Irving ha manifestado que Bormann llegó a adquirir la cualidad más peligrosa que puede llegar a tener un secretario: la de ser imprescindible.