La marca USIL, conocida en el Perú y en el extranjero, es un consorcio, pero la mayoría la identifica con la Universidad San Ignacio de Loyola, creada por Raúl Diez Canseco Terry, uno de los principales impulsores de la educación en el Perú. Él, como muchos, cree que la educación es la base del bienestar y del progreso de los pueblos.
Esta universidad tiene nueve facultades y su respectiva unidad de posgrado, además de institutos y centros de investigación, premios y reconocimientos. Sus autoridades son de alta calificación académica, intelectual y profesional. He tratado con dos de ellas: Miguel Romero Sotelo, destacado arquitecto que fue, solo hace unos meses, alcalde de Lima y con quien, además, tengo una antigua amistad; y Ramiro Salas, a quien tuve el gusto de conocer en 1990, cuando era agregado comercial de la Embajada del Perú en Alemania.
Raúl tiene toda una cadena dedicada a la educación, no solo a nivel superior. Esta cadena abarca inicial, primaria, secundaria y técnica. Es conocido el colegio San Ignacio de Recalde. Pero, para él, su guía y ejemplo es San Ignacio de Loyola, creador de la famosa orden de los jesuitas. Estoy seguro de que Raúl no sabe que estuve varias veces en la guipuzcoana Loyola desde mis épocas de estudiante, por allá en 1967 y 1968, cuando estudiaba Derecho y Ciencia Política en la Universidad de Deusto en Bilbao. Soy, como él, exalumno marista y exalumno universitario jesuita. Fue en 1969, cuando llegué a Lima desde París, que me encontré con Raúl y me enteré de que tenía una academia para ingresar a la universidad. Con esa confianza casi inconsciente que tenemos los compañeros en el colegio, me contó que había ingresado a la Marina para hacer el servicio militar obligatorio, una disposición normativa que muchos peruanos de cierta condición socioeconómica acomodada soslayaban con frecuencia. Allí fue grumete del buque petrolero BAP Lobitos y luego, en 1968, cuando tenía 20 años, se convirtió en un esforzado estudiante de la Universidad del Pacífico, regentada por jesuitas, donde recuerdo que, años después, Felipe Mac Gregor –gran rector que tuvo la Universidad Católica– tuvo un Instituto para la Paz.
Por aquella época, que para él y su familia fue de “vacas flacas”, su madre le aconsejó que diera clases a los jóvenes que querían ingresar a la universidad. Cumplir el consejo materno fue la semilla de lo que ahora es una gran corporación educativa que, en 55 años, ha logrado establecer una cadena en nuestro país, Estados Unidos y Paraguay. Precisamente en Paraguay pude ver los exteriores de la universidad, cuando fui a visitar al ingeniero Renán García de los Ríos, mi concuñado, educado también por jesuitas, cuando se desempeñaba como director de la empresa española Typsa, que opera en el país de los siempre queridos amigos guaraníes.
Si bien la relación de Raúl con la educación fue y es íntima, también se dedicó a otros negocios, siendo pionero del ‘fast food’. Recuerdo que en nuestra promoción, a partir de tercero de media, éramos de los pocos belaundistas, pues por aquella época al famoso arquitecto la derecha –sobre todo la prensa más conservadora, entre la que no se encontraba El Comercio– lo llamaba “comunista” y otros apelativos para desprestigiar su agitada, fulgurante y accidentada marcha hacia la Presidencia de la República que en 1963 ya ostentaba. Raúl fue sobrino del histórico líder de Acción Popular (AP) y por encargo de Violeta Correa, primera dama, condujo la tarea titánica de preparar 100 mil almuerzos diarios para los damnificados por el fenómeno de El Niño en 1982 e incursionó en la política desde aquel partido. Fue congresista en el Legislativo que cerró el dictador Alberto Fujimori y también secretario general de AP y candidato a la Presidencia de la República. De paso, lo acompañé como primer regidor cuando candidateó a la Alcaldía de Lima. Fue vicepresidente durante el gobierno de Alejandro Toledo, expresidente que luego cayó en la corrupción.
Hace unos meses, Raúl Diez Canseco, al presentar su último libro, ratificó lo que empezó a hacer cuando era muy joven: su compromiso de formar profesionales comprometidos con el desarrollo inclusivo y sostenible, con competencias globales y tecnológicas, pero con valores.
No escribo este artículo porque Raúl es mi amigo desde que teníamos 12 años, que eso ya es bastante, sino en reconocimiento por lo bueno que hace para el Perú a través de la educación y por el legado que está dejando en beneficio de las generaciones futuras.