Tiene razón Hernando de Soto cuando dice en reciente artículo: “Lo que descubrimos fue que lo que la gente realmente desea es más capital, no menos, y quiere que su capital sea real y no ficticio” (diario “Gestión”, 27 de abril). Pero también tiene razón Thomas Piketty al afirmar: “El tema no es evitar la acumulación de la riqueza, porque es buena y positiva, sino evitar la desigualdad excesiva a través de una tributación progresiva” (El Comercio, Posdata, 27 de enero).
Ni Piketty ni De Soto están en contra del capital. De Soto hace una verificación científica, el hecho de que “la gente real desea más capital”, y Piketty hace otra, con una proyección: el economista galo constata que hay desigualdad en el mundo, porque “la tasa de retorno del capital es más alta que el crecimiento de la economía” (El Comercio, Posdata, 27 de enero) y plantea una solución para reducirla, la tributación progresiva.
El hecho es que estas ideas se vienen desarrollando en el contexto de una economía de mercado en que la cultura de la competencia es la creencia predominante. Esta concepción económica, que implica una visión del mundo, una forma de racionalidad, es el neoliberalismo que campea como verdad absoluta a lo largo y ancho del globo. “Todo dentro del mercado, nada fuera de él, para triunfar tenemos que competir”. Se nos ha condicionado a actuar y proceder dentro de estas ideas como si fuera igual, haciendo un símil de hace 300 años, con aquella otra idea aceptada por todos, conocida como “el poder divino de los reyes”. Muchos creyeron en este enunciado que sirvió para justificar el poder que ostentaba la aristocracia.
“La racionalidad neoliberal tiene como característica principal, la generalización de la competencia como norma de conducta y la empresa como modelo de subjetivación –sostienen el sociólogo Christian Laval y el filósofo Pierre Dardot, ambos franceses, en su obra ‘La nueva razón del mundo: ensayo sobre la sociedad neoliberal’ (2009), y agregan–: El neoliberalismo es la razón del capitalismo contemporáneo, un capitalismo sin el lastre de sus referencias arcaizantes y plenamente sumido como construcción histórica y norma general de vida”. Entonces, si el neoliberalismo es una construcción histórica y una norma de vida, es más que un sistema económico, se conceptualiza como una concepción del mundo, compuesta por un conjunto de discursos, prácticas y disposiciones de una nueva manera de gobernar a los hombres según la vigencia universal de la competencia. Se trata no ya de una racionalidad económica, sino de una política y si es política tiene que ver con el poder y el gobierno.
¿Cuáles son los rasgos característicos de la razón neoliberal? Según los autores mencionados, son cuatro:
1) El neoliberalismo no es un fenómeno naturalmente dado, sino una realidad construida que requiere la intervención del Estado y la plasmación de un sistema jurídico específico que lo sostenga.
2) La esencia del orden del mercado reside no en el intercambio, sino en la competencia. Para Laval y Dardot, esta competencia se define asimismo como “relación de desigualdad entre diferentes unidades de producción o empresas”. De aquí se deduce que la construcción del mercado implica hacer valer la competencia como norma general de las prácticas económicas.
3) El neoliberalismo ha logrado que el Estado se organice según su racionalidad, se ha convertido en guardián de un orden marco, en que el derecho privado se ha impuesto al “derecho público”, todo a partir del principio fundamental de la competencia, y en diversos casos, como guardián de este principio para imponerla, afecta a la propia democracia, lo que produce una racionalidad democrática que está empezando a agotar a la democracia liberal. Para proteger intereses económicos, hiere a la democracia, la limita y limita a los demócratas que cuestionan y critican el “orden marco”, sobre todo a los que actúan contra él.
4) La universalización de la racionalidad neoliberal va más allá del Estado, recae en el sujeto, se subjetiviza la “gobernabilidad empresarial”, es decir, el Estado al servicio de los empresarios, desde luego no los populares, sino los más poderosos concentradores de riqueza a escala mundial, que –como advierte Piketty– generan desigualdad, se prolonga en el gobierno de uno mismo, pero concebido como “individuo empresa”. Los individuos son emprendedores económicos, la empresa es el sujeto. Todos somos empresarios, pero lo peor del caso es que además nos la creemos, artificio genialmente construido para mantener el interés de los poderosos como antaño lo hicieron aquellos reyes teocráticos para convertirnos en creyentes, porque a fin de cuentas es un credo lo que se trata de establecer.