Hay muchas explicaciones sobre por qué las marchas provacancia no tienen éxito. Algunos apuntan a la ausencia de espontaneidad en la organización, del cansancio ciudadano, de la impopularidad de los líderes de la vacancia e, incluso, del ahora carácter progubernamental de los otrora movimientos que impulsaban las movilizaciones sociales. ¿Por qué los jóvenes no salen como salieron en el 2020?
Entonces, ¿qué determina que una movilización ciudadana pueda tener éxito? Hay evidencia en las ciencias sociales de que los procesos de movilización social pueden ser vistos como problemas de coordinación. Es decir, problemas en los que coordinar en función de una causa común (una revolución, por ejemplo) tendría mejores resultados antes que buscar una solución individual que sería más costosa y menos beneficiosa (como sucede en los clásicos dilemas del prisionero).
Los problemas de coordinación se resuelven agregando causas, intereses, conocimiento, antes que insultando, apartando y amedrentando. Visto así el asunto, parece bastante claro que las marchas provacancia están condenadas al fracaso. Los líderes promotores de estas marchas, antes que fijarse en un objetivo común agregando intereses, persisten en acusar y echar la culpa a una parte de la ciudadanía de la crisis del Gobierno, sea porque no compartieron sus posiciones radicales en el pasado, sea porque no los acompañaron en sus desvaríos sobre el inexistente fraude electoral, sea porque los acusan de cojudignos en algunos casos y de caviares en otros. Si los líderes de la causa provacancia, en lugar de buscar agregar a más ciudadanos, buscan marcar con un estigma a todos los que no se adhieren a su credo fanático, la coordinación fracasará y, con ella, la movilización.
La coordinación supone contar con líderes que sumen o, por lo menos, que no resten. Los líderes de la movilización provacancia, por los innumerables videos que hemos visto en los últimos días, tienen una interpretación ideológica de los problemas del Perú bastante cuestionable. Ese liderazgo psico-matón que quiere borrar del mapa a quienes no piensan como ellos solo pude ser celebrado dentro de su cofradía exaltada. No hay un mínimo ejercicio de auténtica apertura democrática. Los voceros les han dejado el micrófono a líderes cuya concepción de los dilemas nacionales es tan epidérmicamente vacía, reduccionista y, hasta por momentos, frívola e ignorante, que habría que cuestionar el aparato de inteligencia detrás de la movilización (si es que existe alguno).
Pero hay algo peor que no sumar intereses. Intentar reescribir la historia para pasar por agua tibia a quienes le hicieron mucho daño al país, so pretexto de combatir al comunismo internacional, es bastante oprobioso. ¿Cómo así líderes de organizaciones políticas, acusados e investigados por delitos de corrupción, ahora desfilan con banderas nacionales con las manos limpias? ¿Cómo resulta creíble que un partido que condijo con violaciones a los derechos humanos ahora sea el paladín de la defensa democrática? Ese tipo de liderazgos le restan crédito político a las movilizaciones y reducen las posibilidades de ampliar la coordinación. ¿No se dan cuentan de que seguir poniendo en la vanguardia a políticos profundamente impopulares es un suicidio? Quizá ni raspando la olla cae algún liderazgo emergente, novedoso en sus formas y en su propuesta para oponerse al Gobierno. Intentan defender la tradición venerando las cenizas.
La coalición provacancia pierde su momentum porque es incapaz de sumar más intereses. La negociación política básicamente es la capacidad de agregar intereses para obtener una victoria. Sin esa mínima capacidad de apertura tal vez puedan llegar a otra segunda vuelta, y quizá la vuelvan a perder porque tozudamente insisten en cerrarse caminos. ¿No será momento para que la derecha política se plantee una ruta alternativa de liderazgos emergentes, de políticos liberales o conservadores que no defiendan legados denigrantes y que la población joven sí quiera seguir? La izquierda política va a pagar políticamente los costos de su defensa acrítica de Castillo, pero lo más paradójico es que nuestra derecha más fanática puede estar contribuyendo a que esos costos no sean tan altos por su obsesión maniquea a desparramar. A la ciudadanía le enerva también la moralina cansina, la soberbia política, el fariseísmo, que no son otra cosa sino la receta segura para el fracaso de una movilización social.
Contenido sugerido
Contenido GEC