El 75% de los usuarios de Internet en el Perú emplea redes sociales, según el informe Digital 2024 de DataReportal, y el 40% usa YouTube como su plataforma preferida para informarse, mientras el 30% lo hace a través de TikTok, lo que además representa un incremento en su consumo del 14% respecto del año pasado.
Hace una semana mencionaba aquí que para la población joven del país la manera de informarse se había desplazado de los medios tradicionales a los nuevos medios, los que se construyen en base a todos los contenidos que la gente común va creando, hasta convertirse en el mejor de los casos en un influenciador.
Esta es una gruesa descripción de cómo es el Perú digital de mediados del 2024, en el que es necesario empezar a revisar algunas ideas que nos permitan mejorar nuestra convivencia con la tecnología digital. Aparece, entonces, un desplazamiento en la opinión pública especializada que amplía la alfabetización digital a otro espacio en el que destaca una aparente nueva alfabetización: la mediática e informacional.
La alfabetización digital nace de la distribución y la socialización de las tecnologías digitales, especialmente de la masificación de la computadora personal y los celulares. A partir de su impacto, las redes de comunicación inalámbricas y el aumento de la velocidad en la capacidad para navegar por Internet, organizaciones como la Comunidad Europea y la OCDE empezaron a demandarnos habilidades básicas en el uso de la computadora personal relacionadas con saber desenvolverse en un entorno digital con archivos, carpetas y cualquier contenido.
Así, la “alfabetización digital” se centraba en las habilidades y procedimientos básicos, en el uso del ‘software’ de producción y comunicación de información, para sacarle provecho a todas las utilidades que venían en la computadora.
Pero el concepto se vinculó, además, con la exclusión social que se podía dar por causa de no saber aprovechar los beneficios de Internet, haciéndose también popular el término “analfabetismo digital” que, según la Unesco, es “la imposibilidad de navegar en Internet, acceder a contenidos multimedia, socializar mediante las redes sociales, crear documentación o discriminar información relevante de la superflua”.
Con lo que un analfabeto digital no es solo aquel que no puede navegar en la red. Una persona con formación universitaria que hoy tenga un teléfono inteligente que le sirva solo para llamar, ‘wasapear’ y ‘facebuquear’ y no sea capaz de editar textos, enviar correos, hacer compras y transacciones financieras desde su smartphone también es un analfabeto digital.
Además, la interacción que se da entre las redes sociales y nuestra enorme capacidad para crear contenidos digitales ha generado fenómenos como la ‘infoxicación’, que nos obliga a aprender estrategias que nos ayuden a gestionar mejor nuestro consumo de productos digitales y a identificar cuando nos encontramos ante noticias manipuladas.
Razón por la que, ante el mundo de la desinformación, todos estamos en franca ignorancia y en una posición de vulnerabilidad por la gran probabilidad de ser timados. Y eso se produce sin perjuicio del grupo etario en el que nos ubiquemos. Hoy todos somos analfabetas informacionales si no somos capaces de discriminar entre una información real y una que tenga apariencia de verdadera. Hoy ya no es relevante ser alguien que nació en medio del mundo digital o que lo hizo antes de Internet, pues ante la desinformación todos estamos obligados a autoeducarnos rápido y de manera constante.
El nativo digital ya fue.