Maite  Vizcarra

Las redes sociales tienen esa peculiar característica de volvernos partícipes de disputas ajenas a las que llegamos básicamente por obra y gracia de la ultra exposición que todos tenemos ahí. Nunca deberíamos olvidar que lo que se dice en Internet y sus redes sociales tiene memoria, se escribe indeleblemente en los ‘infoductos’ de la llamada ‘nube digital’ para su repetición, uso y publicación ‘urbi et orbi’.

Así es como llegué al interesante intercambio de mensajes que se ha dado recientemente en X –antes Twitter– entre un emprendedor digital y un periodista de larga experiencia e incurso en las aguas de lo digital desde hace unos años. En X, el científico en computación Ragi Burhum le daba un consejo no solicitado a César Hildebrandt sobre cómo volver sostenible un negocio periodístico más allá de las contribuciones que se hagan en billeteras electrónicas como Yape o plataformas de micro mecenazgo como Patreon y otras similares.

Al respecto, unos días antes tuve la oportunidad de compartir algunas ideas y reflexiones sobre el impacto de la inteligencia artificial en los modos de informar, en el marco del V Congreso de Prensa y Poder de la carrera de Comunicación y Publicidad de la Universidad Científica del Sur.

Cito ambas situaciones porque en algo se vinculan respecto a que en el país –e incluso fuera de él– aún no hay mucha claridad sobre cómo hacer para que lo digital no solo sirva para crear contenidos atractivos de acuerdo con cada segmento de población o tribu informativa, sino, y sobre todo, cómo lograr que sea rentable más allá de la consabida gratuidad que es propia de todo lo que se coloca en Internet.

Volviendo a Burhum y su consejo no solicitado, es cierto que un medio de comunicación digital no puede vivir solo del mecenazgo de sus usuarios, por más fanáticos que estos sean del creador de los contenidos. Pues el ‘crowdfunding’ (micro financiación) –como técnicamente se conoce a plataformas como Patreon o las ‘ayudas’ que se perciben vía billeteras como Yape o Plin– tiene sus límites cuando en frente tenemos la posibilidad de contar gratis con el mismo contenido reeditado o ‘curado’ varias veces, en alguna red social alternativa como Instagram o TikTok.

Por ejemplo, la entrevista –a la fecha ya global– que el candidato a la presidencia de Argentina Javier Milei dio hace una semana en circunstancias que lo dejaron mal colocado –debido a lo que dijo y a cómo lo dijo– ha sido reeditada y reapostillada tantas veces por los creadores ‘amateurs’ de contenidos que abundan en Internet, que en verdad ya es irrelevante saber quién le hizo la entrevista, en tanto que es más importante saber quién comenta lo que Milei dijo en esa ocasión. El periodismo del ‘mash-up’, de la remezcla, el collage y la reedición es parte de los nuevos productos digitales que ahora invaden Internet y a los que no se puede enfrentar tan solo con las colaboraciones desprendidas de nuestros usuarios y fans.

Porque, como bien sugería Burhum, en el siglo XXI hacer periodismo en el mundo digital requiere más habilidades que saber tan solo de política, economía o tener un criterio ponderado. Se trata de entender que un medio de comunicación digitalizado no es un medio de comunicación digital, porque la tecnología, per se, no genera ventajas competitivas sostenibles.

Si no, vean como algunos negocios periodísticos locales basados en las colaboraciones desprendidas empiezan a sentir el coletazo de la recesión y de los contenidos gratuitos selectos (o ‘freemium’).

Convertirse en un medio digital requiere cambios fundamentales en la estrategia y en la cultura organizativa que muchos medios no han sabido, o no han podido, adoptar todavía en el Perú. Siendo realistas, hoy la influencia de los medios de comunicación, como ya hemos dicho antes aquí, se encuentra mediada por la digitalización y sus múltiples canales y micro nichos. Pues el negocio del periodismo digital es cada vez más un oficio sofisticado que puro talento.

Maite Vizcarra Tecnóloga, @Techtulia