La reelección inmediata de las autoridades en América Latina y en el Perú es la consecuencia de los anhelos de algunos caudillos populistas, de izquierda y de derecha, de perpetuarse en el poder, por la sencilla razón de que utilizan el aparato del Estado para alcanzar este fin. Peor aun, como mesiánicos que son, al menos la mayoría se consideran los salvadores de los pueblos y de las naciones, pero el resultado es desastroso: carecen de total cultura democrática, tienden a la personalización del poder y con todo desparpajo cambian las constituciones para imponer un artículo y darle “validez” jurídica a esta modalidad de reelección inmediata o indefinida del presidente de la República. Los defensores de la reelección, entre partidarios y sobones, argumentan que son irreemplazables, que ninguno que los suceda podrá llegar a su altura. La persona antes que la institución, el vil elogio a la personalidad.
Este fenómeno, que se da a gran escala (vale decir a nivel del presidente y de los congresistas), también se presenta en las instancias menores de las entidades representativas del Estado, como son las regiones y las alcaldías. Aquí el asunto es peor: los pequeños caudillos, eficientes o no, honestos o no, pueden repetir el plato cuanto se les antoje.
Lo antidemocrático de estas reelecciones inmediatas o indefinidas es que consolidan una tendencia, que es una tara entre nosotros: la concentración del poder en pequeños grupos políticos, la cual niega una condición necesaria de la democracia, como es la distribución del poder. A más distribución del poder en una sociedad, esta será más democrática. Eso explica por qué son necesarias las instituciones de la democracia directa, como el referéndum, la iniciativa popular, la revocación y el rendimiento de cuentas, solo para citar algunas de ellas. Lo son precisamente para empoderar al ciudadano.
La democracia ha encontrado dos alternativas a la reelección inmediata: o se da después de un período presidencial, como sucede en el Perú, o no se da.
Siguiendo esta tendencia, el Congreso de la República ha hecho bien en prohibir la reelección inmediata de las autoridades regionales y municipales elegidas.
El Parlamento también aprobó que los presidentes regionales se llamen gobernadores. Siempre me pareció una huachafería tener 25 presidentes, además del presidente de la República. Ahora tendremos, como debe ser, un solo presidente de la República y unas autoridades que gobiernen las regiones (de allí la palabra ‘gobernador’).
Es posible que esta tendencia a evitar la concentración de poder a través de la reelección contribuya a disminuir la corrupción, como ha señalado el presidente del Tribunal Constitucional, Óscar Urviola, pero de lo que sí no me cabe la menor duda es que la medida es necesaria porque impide que aquellos que tienen lascivia por el poder se perpetúen eternamente.
Se ha sugerido también que el mismo criterio se aplique a los congresistas. Me parece correcto y democrático para no tener representantes que se apoltronen en las curules concentrando el poder, sobre todo aquellos reelegidos en las provincias.
Algo se está avanzando, y espero que en la segunda votación en el Congreso se ratifique lo decidido en la primera. Al menos poco a poco podemos consolidar la democracia. Ese parece ser nuestro destino. Esta no será el producto de un cerebro planificador, sino de un fenómeno complejo y contradictorio, consecuencia de esa política de mosaicos que nos ha tocado vivir en los últimos años. Los congresistas deben escuchar el sentir y el clamor de la ciudadanía, y en este tema de la no reelección inmediata han acertado.