Hoy vamos a votar sobre cuatro reformas constitucionales. La del gobierno es una propuesta engañosa, apresurada y errada.
El gobierno promete que los cambios favorecerán la lucha contra la corrupción. No lo creo.
La primera reforma crearía la Junta Nacional de Justicia. Sus miembros se eligen por concurso público de méritos, a cargo de una comisión especial. En la CE estará, entre otros, el actual fiscal de la Nación, Pedro Gonzalo Chávarry.
Esta reforma no contiene ningún dispositivo nuevo de vigilancia y control de la gestión. Reduce de siete a tres años y medio el período de evaluación de los magistrados. Ello creará una carga de procesos de evaluación difícil de afrontar, además de retacear la independencia jurisdiccional.
Entre los requisitos para ser miembro de la JNJ se establece edad mínima de 45 años y, a la vez, experiencia profesional no menor de 25 años. En otras palabras, si el candidato tiene 45, tuvo que haber trabajado desde los 20 años ¡como profesional! Es un descuido por apresuramiento.
Otro requisito es haber “ejercido la labor de investigador en materia jurídica por lo menos durante 15 años”. Como está la norma, publicar artículos en revistas jurídicas durante 15 años valdría tanto como tener experiencia profesional de 25.
Una reforma constitucional no debe hacerse con apresuramiento y descuido. Debe hacerse con mucho cuidado, con mucho debate y mucho profesionalismo. No es el caso.
En el financiamiento de las organizaciones políticas, la reforma introduciría la financiación pública (estatal) de las organizaciones políticas “bajo criterios de igualdad y proporcionalidad”.
¿Igualdad o proporcionalidad? ¿Y cómo se mide la proporcionalidad? ¿Según la última votación? O sea, ¿Fuerza Popular recibiría más dinero del Estado?
¿Está de acuerdo el elector en que el Estado subsidie a los partidos con dinero del bolsillo de los ciudadanos? Contra su voluntad, por dar un ejemplo, los votantes por la izquierda van a financiar a los partidos de la derecha.
Esta reforma prohíbe el financiamiento privado de la propaganda electoral en radio y televisión. ¿Se reducirá la contribución financiera negra de empresas como Odebrecht?
Es una fórmula estéril. Si un grupo inescrupuloso no puede pagar radio y televisión, ¿se va a quedar con las manos cruzadas? ¿No va a contratar mítines, volanteo y pintas? ¿No va a derivar el dinero obtenido a otros medios de propaganda?
El negociante de la política, ¿se va a paralizar frente a esta prohibición? Esta ingenuidad nos lleva al pasado (pre radio y TV) y nos aleja más de la bancarización.
La no reelección inmediata de los congresistas es un castigo para el actual Congreso, pero no arregla nada. Tener mejores representantes no pasa por la no reelección, sino por reformas sobre el voto (si debe ser libre, si debe haber preferencial, qué deben ofrecer los partidos y cómo hacerlos cumplir, etc.).
La reforma de la bicameralidad, por su lado, permite la disolución de la Cámara de Diputados, pero no del Senado, como en 1979. ¿Lo sabe el elector?
Hubo tanto apuro que, en el artículo 157 de lo que se va a votar, se habla de los miembros del Consejo Nacional de la Magistratura, en vez de los de la Junta Nacional de Justicia. ¡Vamos a votar por el CNM!
Si se rehúsa la confianza a un Gabinete, ninguno de sus ministros puede ser nombrado nuevamente, por un año.
Este dispositivo enojó al presidente Vizcarra y por eso su gobierno hace propaganda en favor del “no” para esta reforma. Con ello, Fuerza Popular ha obtenido la victoria de hacer jugar a Vizcarra a favor de mantener la unicameralidad, emblema histórico del fujimorismo y, diría, del golpe del 5 de abril de 1992.
Vizcarra ha hecho propaganda en favor de sus reformas. Lo ha hecho no con fondos partidarios, sino con fondos del Estado. Es una campaña electoral unilateral sobre una reforma estéril y engañosa.
Estas reformas no dan ningún indicio de ser efectivas contra la corrupción. Solo parecen ser un episodio más del enfrentamiento fujimorismo-antifujimorismo, que causó la inestabilidad política e institucional que padecemos.
Es una pena ir a votar por nada.