(Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
(Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
Carmen McEvoy

Celebrar doscientos años de república no ocurre todos los días y mucho menos en el contexto de la crisis institucional y moral por la que atravesamos, que no es la primera ni será la última que afronte el Perú. Por ello considero de suma importancia utilizar esta ocasión tan especial para regresar a los orígenes de la república –un hito sobre el cual existen diversas interpretaciones–, pero también para discutir las luces y sombras del experimento republicano. Un trabajo en progreso que si se analiza en vista de la coyuntura actual tiene mucho que desear. En breve, la tarea es volver al punto inicial de una apuesta política, que no fue fácil, sin perder de vista el derrotero de una comunidad (sociedad republicana la llamaban los pensadores decimonónicos) que todavía no encuentra su destino. Y, más bien, anda de tumbo en tumbo debido a las carencias sociales e inmensas contradicciones de un Estado frágil y, por lo mismo, vulnerable a ser capturado para fines estrictamente egoístas y personales.

La república peruana posee un vocabulario forjado en la lucha ideológica contra el modelo de monarquía constitucional que José de San Martín intentó imponer entre 1821 y 1822. En el fragor de lo que denomina “el primer ciclo doctrinal”, surgen una serie de conceptos muy relevantes tales como ciudadanía, libertad, igualdad, mérito e incluso felicidad. Es cierto que estas palabras circulan en un mundo de profundas diferencias sociales y donde el clasismo y el racismo prevalecen. Sin embargo, ellas irán penetrando en el tejido social donde ayudarán a generar un espíritu libertario en procesos tan importantes como la abolición de la esclavitud y del tributo indígena, la campaña electoral de 1872, que acaba con la presencia militar en el Ejecutivo o en la Coalición Nacional que derrota al segundo militarismo que surge luego de la Guerra del Pacífico y es encarnada por el héroe de la Resistencia, Andrés Avelino Cáceres. Durante los siglos XX y XXI, el vocabulario republicano se revitalizará adquiriendo nuevos significados en las luchas sociales como la jornada de las ocho horas. No hay que olvidar que el trabajo honrado es un elemento asociado al republicanismo porque contraponía la laboriosidad ciudadana a la corrupción, considerada, junta a la anarquía, la enfermedad más destructiva de cualquier república.

El proyecto , que tengo el gran honor de presidir y que está adscrito al Ministerio de Cultura, plantea tres niveles de análisis que permiten regresar al paradigma original para analizarlo y perfeccionarlo con banderas nuevas como es el caso de la sostenibilidad y la lucha sin tregua contra la corrupción que, como bien sabemos, nos devora y no nos permite avanzar. Imaginar, hacer y conmemorar es una trilogía que se refiere al horizonte utópico de un Perú capaz de imaginarse con justicia e igualdad, pero también con alegría, esperanza y ganas de sentar cimientos sólidos para un futuro mejor. Con una infraestructura material, caminos, escuelas, hospitales, bibliotecas, parques y centros cívicos, que le sirvan de soporte de cara a un siglo XXI lleno de desafíos. Lo que sorprende gratamente es que la iniciativa surja del Ministerio de Cultura y que el núcleo operativo esté formado por un grupo de servidores públicos jóvenes que entienden perfectamente que su misión es trabajar por el bien común, es decir con y para la ciudadanía. Para mí, el elemento más valioso de este proyecto es su voluntariado, que permitirá movilizar las energías de miles de peruanos que desean trabajar y no encuentran los canales necesarios. Será interesante ver a profesionales brindando su tiempo para elevar la calidad de la educación o del servicio o a artistas transmitiendo su arte a nuestros niños.

De todas las escenas que guardo en la memoria sobre los orígenes de la república, hay una con la que quiero culminar mi reflexión porque alude a la contingencia que rodea un proceso que, pese a las iniciativas y esfuerzos personales –además de los colectivos–, muchos hemos olvidado. El momento transcurre en Mala y la fecha es el 2 de junio de 1825. En la cama yace José Faustino Sánchez Carrión, cuya participación activa en el Ejército Libertador permitió el triunfo patriota en la Batalla de Ayacucho. Fundador de la Universidad Nacional de Trujillo y de la Corte Suprema de Justicia de Lima, Sánchez Carrión, como la mayoría de los participantes en la primera Asamblea Constituyente, entendía que la ciudadanía republicana reposaba en la ley, en la educación y en el servicio público.
Sin embargo, el huamachuquino también fue parte de la república en armas constituida por milicianos. Una pieza clave para la consolidación de la causa emancipadora. La campaña militar le pasó la factura y falleció muy joven. El certificado de defunción lo emitió Cayetano Heredia, quien señaló la pena que lo embargaba al ver el cuerpo inerte de quien tanto pudo haber hecho por el Perú que respetaba y servía con generosidad. Que estos años de preparación para celebrar los doscientos años de nuestra independencia sirvan para recordar a todos los hombres y mujeres que amaron al Perú hasta entregar su vida por él y que ese ejemplo nos provea de la fortaleza para seguir trabajando por la república buena y noble que todos merecemos.