“Trainspotting” fue una asombrosa película de los noventa que mostraba ese mundo decadente y anómico dentro de una Escocia complaciente con su progreso. Fuera de las referencias a las drogas en la película, el sistema actual de transporte en la ciudad se volvió así de decadente, la espina en el costado de la Lima que nadie quería ver, ni siquiera los usuarios mismos que caían en la queja generalizada pero siempre estando temerosos del cambio. O reacios al mismo para no salir de la zona de confort que es la queja por la queja misma.
Es nuestra mantita de bebe que nos da seguridad y nos hermana con el resto de quejosos. Nos sentimos uno en la queja.
En el instante en el que el statu quo cambia, nos quitan esa mantita y estamos obligados a adecuarnos al cambio, a responder ante el mismo, a cuestionar lo que estamos viviendo y a pensar en nuestra nueva circunstancia. Demasiada libertad, demasiada responsabilidad, demasiado acto de ciudadanía que nos obliga a refugiarnos en la queja nuevamente.
Todo cambio es perfectible en su naturaleza y la protesta ante este es atendible cuando se hace no en contra de esa naturaleza sino a favor de la misma.
La protesta reciente en el Rímac, que impidió el avance de las unidades, es un ejemplo de la primera, un cálculo político en contra del cambio. Más del mismo montón de viejas mañas políticas, aun más, ad portas de las elecciones.
Sin embargo, hay demasiadas evidencias que apuntan a que hay cosas que no funcionan en la reforma. El sol no se puede tapar con un bus.
No hay que ser más papistas que el Papa y echarle la culpa a los propios usuarios que no quieren caminar unas cuadras, que no quieren hacer unas cuantas colas cuando el propio sistema tiene cosas que cambiar. Usen el sistema.
Las colas son más grandes porque no hay suficientes unidades para atender la demanda en horas pico que, además, por no ser un sistema con un corredor segregado, está expuesto al retraso por exceso de tráfico.
La gente baja y sube por ambas puertas porque está tan lleno que por dentro es imposible caminar de un extremo a otro.
¿Hay más gente porque por ahora el sistema es gratuito? Lo dudo. ¿Y qué hacía toda esa gente que ahora usa el sistema porque es gratuito, se iba a su casa caminando?
La reforma está en camino, es necesaria y puede perfeccionarse. Si no hubo la etapa de prueba suficiente o la gran campaña de sensibilización e información porque es también una reforma de los usuarios, de sus hábitos y costumbres, pues se tendrá que hacer en el camino (hace años que no veía una cola para subir a una unidad de transporte en la vía pública). No es tan grave como lo pintan algunos ni tan perfecto como lo pintan otros.
Ni la culpa es de los usuarios malcriados y desordenados, por favor. Sí es una reforma, que requiere de paciencia mientras se hacen los ajustes… porque se van a hacer los ajustes, ¿no? Si no estaremos condenados a quejarnos como zombies eternamente.
Muertos vivientes en buses.