Dos publicaciones recientes, “El Estado productivo”, de Piero Ghezzi, y “El páramo reformista”, de Eduardo Dargent, abordan la reforma del Estado desde un mismo punto de partida, pero con objetivos distintos. Ambos textos comparten una mirada similar sobre la situación actual y el rol del Estado, pero mientras Ghezzi se concentra más en las propuestas necesarias para favorecer un desarrollo y una inclusión productiva, Dargent advierte sobre las barreras que ese tipo de fórmulas encontraría.
En el libro de Ghezzi, hay un diagnóstico claro: para enfrentar los obstáculos al desarrollo, necesitamos que el Estado lidere una transformación productiva de la mano del sector privado y de la sociedad civil. Con la pandemia como telón de fondo en el texto, Ghezzi nos recuerda que el desarrollo productivo a largo plazo en el Perú depende de cinco pilares: capital humano, infraestructura, institucionalidad, eficiencia en la asignación de recursos y capacidad para innovar. Y que, si bien ha habido progreso en alguno de ellos en las últimas décadas, también hay claros retrocesos (en institucionalidad, por ejemplo, como nos lo dejó en claro Moody’s).
Ahora bien, algunos de los casos de éxito que destaca Ghezzi no son exactamente evidencia de esa cooperación entre diversos actores políticos y sociales. Por ejemplo, la construcción de “institucionalidad macroeconómica-financiera” o la revolución agroexportadora fueron resultado de medidas de tipo ‘top-down’ (desde arriba) más que fruto de consensos o coaliciones.
Y he ahí uno de los principales retos que surgen. Ambos autores tienen muy claro quiénes personifican la lucha contra las reformas en el Perú. Para Ghezzi, es una derecha anclada en las reformas insuficientes de los 90 (que incluye a los conservadores populares y los libertarios criollos de Dargent) y una izquierda aferrada a recetas inadecuadas de los 70 (o los izquierdistas dogmáticos de Dargent). Desde el ámbito político, social o empresarial, este grupo de actores buscará siempre bloquear cambios que pongan en riesgo el statu quo.
Quizás por ello ninguno de los dos autores aspira a una gran reforma, sino a reformas graduales y continuas. Ninguno cree en “recetas mágicas” ni plantea cambios ambiciosos, que puede ser leído como una combinación de pragmatismo y humildad, como reconocen, pero también, creo yo, de resignación y realismo.
Sí es cierto que Dargent apunta a cambios un poco más sustanciales, quizás a sabiendas de que reformas epidérmicas corren el riesgo de que unas manzanas no logren resistir la miasma que emana del barril, en alusión a la metáfora que gatilla el texto. Ghezzi, por otro lado, reivindica la experiencia práctica de las Mesas Ejecutivas que instaló en su paso por Produce como muestra de las virtudes del gradualismo.
Pero el reto principal, que solo merece unas líneas en ambos textos, es encontrar o formar las piezas para coaliciones proreforma. Ambos reconocen la necesidad de construir una demanda ciudadana, pero lo que algunos politólogos en Chile han llamado ‘partidos hidropónicos’ bien podría aplicar para hablar de reformas en el Perú. No veo raíces en la sociedad peruana que demanden o apoyen estas reformas parciales. Mi sensación es que, en las últimas décadas, el desencanto con los servicios y bienes públicos ha provocado una estampida hacia el sector privado que debilita sostenidamente la posibilidad de construir una base, una coalición que defienda políticamente una reforma, lo que facilita, sin duda, la tarea a los actores del statu quo. Sabemos quién está allí para bloquear reformas, lo que no me queda tan claro es quién cuenta con la voluntad y el músculo político para salir a pelearlas.
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