En 1826, cuando Simón Bolívar gobernaba el Perú, el Gobierno Francés del rey Borbón Luis X decidió enviar un representante diplomático como inspector general de Comercio: Juan Bautista Gabriel Amadeo Chaumette des Fossés. Diplomático de experiencia, persona culta, miembro de diversas sociedades y academias, autor de varias obras, políglota versado en dialectos orientales. Toda una personalidad.
Este hecho lo relata el embajador y ex canciller Óscar Maúrtua en su reciente obra “Chaumette des Fossés y el inicio de las relaciones franco-peruanas” (que fue su tesis de bachiller en Humanidades, distinguida con el Premio Nacional de Fomento a la Cultura). En esta explica todo el proceso de reconocimiento, por parte del Gobierno Peruano, por el que pasó el enviado francés para ser aceptado en su condición diplomática.
José María de Pando, el canciller de Bolívar, se negó a aceptar la representación del ilustre francés. Pando respondió una carta enviada por el conde de Rossi, comandante de las Fuerzas Navales del rey de Francia (cuyo navío estaba acoderado en el Callao, donde se encontraba Chaumette des Fossés). En esa carta, Rossi le pide a Pando que se reconozca al enviado francés como cónsul general.
El canciller peruano no aceptó a Chaumette des Fossés como cónsul general, pues solo era un inspector general de Comercio y, en consecuencia, no podía desempeñar las funciones de cónsul por tener una categoría inferior.
En esta carta de respuesta a Rossi, Pando precisó: “Este sujeto no traía ni patente según las reglas establecidas por el derecho y los usos de las naciones, y que entonces su gobierno confrontándose con los principios y prácticas adoptadas solo lo admitiría como caballero particular”. Así, hizo valer las reglas de la diplomacia y el derecho que tiene el Gobierno Peruano de rechazar a un enviado de un país extranjero que no cumplía con estos requisitos. Su decisión fue tajante.
Pero cambió la política: Bolívar tuvo que abandonar el Perú y se instaló un gobierno provisional a cargo de Santa Cruz, quien nombró como canciller a Manuel Vidaurre, liberal y enemigo de Pando. Por ello, por intermedio de Vidaurre, Santa Cruz le envió una carta a Chaumette des Fossés, que se encontraba en Chile, para anunciarle que el Perú lo podía recibir.
Lo que sucede en esta etapa es relatado por Maúrtua con mucho rigor y precisión. Se señala que la decisión de Vidaurre, apoyada por Santa Cruz, pasó a la Comisión Diplomática del Congreso, que hizo una serie de cuestionamientos, de modo que a Vidaurre no le quedó otra alternativa que aceptar que se había retrocedido respecto de la posición soberana de Pando, afirmando que si bien recibiría al enviado francés tendría que presentarle el título de cónsul, en las formas acostumbradas.
Sin embargo, la inestabilidad política por la que pasaba el Perú en aquella época a la larga jugó a favor de Chaumette des Fossés. El Congreso de la República, hábilmente conducido por Luna Pizarro, nombró presidente a José de La Mar, quien reemplazó a Vidaurre por Francisco Javier Mariátegui. Maúrtua señala: “Fue entonces que mediante una carta del 14 de julio de 1827, el canciller puso en conocimiento del agente francés, que en un término perentorio de 10 meses corridos a la fecha debía presentar la carta patente requerida por nuestro gobierno, que modificaba su condición de inspector general por la de cónsul general”.
Más allá de las consecuencias de esta decisión, el Gobierno Peruano logró que Francia modificase el rango de Chaumette des Fossés y lo revistiese con la categoría de cónsul general, situación que cambió las relaciones entre el Perú y Francia. Chaumette des Fossés fue cónsul general de su país de 1827 a 1830.
Ahora que las relaciones diplomáticas entre el Perú y Francia están en su más alto nivel de cercanía, llama la atención el conflicto que se produjo en los albores de nuestra naciente república.
Este libro de Óscar Maúrtua marca un hito importante en la historia de la diplomacia peruana, porque a partir de un caso específico nos explica los procedimientos internacionales que se utilizaban en aquella época, y cómo la naciente cancillería peruana los hizo valer. Un punto de partida para diversos episodios de nuestra historia, como el reciente proceso de recuperación de nuestros derechos marítimos ante la Corte Internacional de La Haya.