“Los que tenemos a cuestas la fatalidad de llevar el nombre de jefes de partido en las Repúblicas de América no podemos hacer otra cosa, sino levantar la bandera y pasar los primeros el puente con ella. No hay alternativa. Es como el ‘be or not to be’ de Shakespeare”, escribió Manuel Pardo (1834-1878), el primer civil en el Perú que, luego de una electrizante campaña electoral, derrotó a un militarismo enquistado durante medio siglo en el poder.
Las palabras de Pardo, cuyos 190 años de nacimiento se conmemoran por estos días, suenan extrañas en un mundo en el que el liderazgo político se ha perdido para dar lugar al cinismo, a la rapacidad y a una ignorancia rampante. Tan trágico es lo que viene ocurriendo en el Perú, alguna vez centro de la Ilustración de la región, que una presidenta decide interpretar una canción sosa en un colegio mientras el Perú, y el mundo, se incendian ante sus ojos.
Vivimos tiempos difíciles y a la vez decisivos, en el que países enteros están siendo borrados de la faz de la tierra, como es el caso de la franja de Gaza, y en el que las elecciones se roban impunemente para luego reprimir violentamente a quienes protestan, como es el caso de Venezuela. Nuestra república hermana está convertida en un narcoestado o, lo que aún es peor, en el ejemplo más espeluznante del futuro que les aguarda a las naciones secuestradas por el crimen organizado. Y eso es justamente lo que viene aconteciendo en el Perú donde un puñado de familias de estirpe delincuencial operan, junto a sus allegados, para desbaratar el balance de poderes –base del sistema republicano– mientras el mundo vuelve a ser repartido entre las nuevas potencias emergentes.
En 1871 surgió una organización política denominada la Sociedad Independencia Electoral cuyo objetivo fue aglutinar políticamente a una serie de asociaciones con la finalidad de tomar un Estado agobiado por las guerras civiles y el dispendio fiscal. En un escenario mundial de transformaciones aceleradas –pienso en el telégrafo, el ferrocarril y el barco a vapor– un grupo de peruanos visionarios, como fue el caso de Manuel Pardo, entendieron que las repúblicas sin instituciones y, aún más, sin una excelencia educativa que las sintonizara con las grandes revoluciones tecnológicas –que en la actualidad son la robótica y la inteligencia artificial– están condenadas a la miseria y a la servidumbre.
Y es que, tanto hoy como en los tiempos de la fundación del Partido Civil, el reto del Perú ha sido la sobrevivencia de millones de ciudadanos que no merecen que se les arranque el futuro de las manos. Ciertamente, el pacto de supervivencia que tiene en la actualidad a corruptos, ignorantes y cínicos mermando de un Estado capturado atenta contra la mismísima existencia del Perú.
Hace algunos años, cuando la degradación política se volvía cada vez más evidente, escribí un libro titulado “Homo Politicus: Manuel Pardo, la política peruana y sus dilemas (1871-1872)”. En este reconstruí una campaña electoral en la que se jugaba el todo por el todo, en especial la independencia electoral y la institucionalidad. Mi objetivo, que aún se mantiene, fue analizar cómo la política dotada de contenidos –libertad, justicia o felicidad– es y será una actividad trascendente. Resulta obvio que esta visión es diametralmente distinta de la que prevalece en nuestros días de la componenda y el atraco a mano armada. En un momento en que la política aparece desprestigiada considero importante regresar nuevamente al momento en el que se originó el primer partido político moderno de nuestra república, cuyos forjadores no solo leyeron a los clásicos, sino que fueron conscientes de los peligros que se cernían sobre el Perú.
El pensamiento griego fue hijo de la política, así como la palabra lo fue de la ciudad. El ser humano para los griegos era algo más que un ‘homo sapiens’, era esencialmente un ‘homo politicus’. Es por ello que Jean Pierre Vernant señala que la precursora del ‘logos’ (pensamiento) es la política, cuyo mayor objetivo fue preservar la libertad en las relaciones humanas. Es importante recordar este concepto justo cuando la política peruana, vaciada de proyectos y contenidos por bandas delictivas, se contrapone a la que María Corina Machado, valiente y comprometida con el destino de Venezuela, representa. Su ejemplo dota a nuestra América de un atisbo de esperanza.