JUAN PAREDES CASTRO (@JuanParedesCast)
Editor central de Política
La reciente demostración pública de poder de la primera dama, Nadine Heredia, al interior del Gobierno, no parece haber medido algunos efectos contra sí misma.
Para comenzar, el voto de confianza que deberá plantear el primer ministro René Cornejo al Congreso, dentro de treinta días, no podrá evitar el traslado, al debate legislativo, del áspero tema de la injerencia de la señora Heredia en el gabinete y su no zanjado proyecto de postulación presidencial.
Cuatro meses atrás, el entonces primer ministro César Villanueva también tuvo que concurrir al Congreso en pos del mismo voto de confianza, bajo una situación tensa y embarazosa para el gobierno. Estaba en su pico más alto el caso López Meneses (descomunal resguardo policial al ex operador de Vladimiro Montesinos que hasta ahora no se sabe quién lo ordenó).
Camino a su tercer año el gobierno de Ollanta Humala parece seguir esforzándose por mejorar el rumbo económico del país, pero con una fuerte tendencia a perder los estribos en el terreno político. Esto tiende a ser mucho más grave cuando elementos perturbadores de tiempo, energía, recursos y decisiones de Gobierno y Estado, contravienen la ley y la Constitución.
No hay nada, en efecto, que justifique la intervención directa y a veces autoritaria de la primera dama sobre las funciones y responsabilidades de ministros y viceministros, e inclusive como vocera del Gobierno, por sobre la cabeza del primer ministro. Esto ha quedado probado en las últimas 24 horas de sobrevivencia del gabinete Villanueva y su consiguiente reemplazo por el gabinete Cornejo.
En su condición de esposa, Nadine Heredia representa para Humala una fuente de apoyo, sostén, consejería y consulta. En cuanto a su rol de primera dama, tampoco le están vedadas las atribuciones protocolares propias. Y hasta como presidenta del Partido Nacionalista ella tendría pleno derecho a reunirse con el presidente las veces que quisiera y en función de coordinaciones puntuales y transparentes.
Lo que no puede hacer es inmiscuirse en el despacho y cuerpo decisorio del Consejo de Ministros, llegando al extremo, como acaba de ocurrir, de participar activamente en la desestabilización de un primer ministro y en la recomposición de un gabinete nuevo.
Esto no solo denota una clara invasión del fuero del primer ministro sino algo más grave: la erosión de la autoridad presidencial, extrañamente venida a menos por el protagonismo creciente de la primera dama.
El mayor error de Nadine Heredia ha sido desnudar una debilidad institucional que el presidente Humala debería resolver antes de que Cornejo acuda al Congreso. Para ello no tendrá más que redefinir el papel de la primera dama y su alejamiento de las decisiones de Gobierno y Estado.
Le corresponde también a Humala zanjar de una vez por todas la informalmente negada aspiración presidencial de su esposa, en la medida que será él quien convoque a las elecciones del 2016 y él también, de no haber una rectificación convincente, juez y parte de un evidente proceso continuista.