Los costos asociados a la pandemia del COVID-19, sea en términos de vidas o de pérdidas económicas, serán inimaginables. Estamos ante una coyuntura crítica: a.c.-d.c. (antes del coronavirus, después del coronavirus). Y si bien es cierto que esta llamará a cambios, dos grandes marcos permanecerán parcialmente estables: el mundo occidental resguardará el sistema democrático y los países desarrollados persistirán en las reglas del mercado y la lógica empresarial. Estos dos pilares, aun bajo pequeños ajustes, seguirán vigentes. El populismo ganará algunos adeptos, pero en el corto plazo o en países marginales, sin peso en el orden global.
La democracia y el capitalismo, seguramente bajo algunos ajustes, seguirán prevaleciendo ante sus contrapartes. El retorno a las estructuras pre años 90 estaría absolutamente desfasado ante los avances liberales en lo civil y en lo económico, pero sobre todo ante los científicos y tecnológicos. Por ello, el grado de integración global augura una recuperación del marco general de las cosas en ‘V’ (más que en ‘U’ o ‘L’), incluso si en el plano económico se produce de otra manera.
Ante ello, países en la mitad de la tabla como el Perú tienen la oportunidad de enfrentar el reto con otra visión. Varios estudios (incluido uno de McKinsey) invitan a esta reflexión.
Por supuesto, la prioridad del momento es resistir, primero en lo sanitario y luego en lo económico. Sin embargo, deberíamos prepararnos para el mundo d.c. Debemos (Gobierno, fibra económica y sociedad civil) aguantar la pesadilla que vivimos de tal manera que mañana podamos reconstruir sobre una base estable. Nuestras fortalezas macroeconómicas son una muy buen palanca para ello, pero no debería ser la única. Es necesario preguntarnos: ¿cómo nos integraremos al mundo avanzado poscrisis? ¿En qué queremos ser competitivos? Mientras resistimos, debemos reflexionar sobre nuestro futuro.
Por ello, durante la resistencia, trabajemos en el segundo paso: repensar el Perú de mañana, integrado a ese marco general que prevalecerá. Acabada la crisis, el mundo se reorganizará, con ajustes, pero volverá a su trayectoria anterior tarde o temprano. De acá a diez años, existirá una nueva bipolaridad: los que estén integrados y los que no. Debemos definir en qué parte del tablero queremos estar y, si queremos ser parte de ese nuevo orden, debemos empezar a imaginar dónde nos queremos posicionar y qué necesitamos rehacer para llegar a dicha condición. Lo que nos lleva al tercer paso: reformar.
Si en las últimas dos décadas el Perú perdió el paso, fue, sobre todo, porque interrumpimos el proceso de reformas. Nos quedamos en las macroeconómicas y en algunas reglas básicas de mercado, pero abandonamos las reformas institucionales, educativas, laborales y tributarias, entre tantas otras. Nuestra caída en la tasa de crecimiento proviene en gran medida de dicha negligencia (fuente: BCR).
El mundo franqueará esta tragedia y se reencauzará en su sendero de desarrollo. Si queremos ser parte del sector desarrollado, debemos trabajar en ello. Cuatro reformas imprescindibles nos arrimarían a una mejor posición para intentarlo: instituciones (administración de justicia y burocracia estatal), educación, infraestructura tecnológica y ambiente de negocios. Si queremos convergir con el mundo desarrollado, tenemos que esforzarnos más, y empezar cuanto antes.
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