Durante los noventa, los dábamos por muertos. Algunos presagiaban, en documentos académicos, que no volverían a ser gobierno ni menos capturar votos. ¿Qué ha pasado con los partidos políticos tradicionales después del final del fujimorismo? ¿Por qué, veinte años después del colapso del incipiente sistema partidario, viejos partidos como el Apra y el PPC siguen en las portadas de los diarios?
Partidos políticos sobreviven exitosamente a ambientes agrestes si logran mantener una organización territorial y construyen una marca atractiva para los electores. El caso del Apra se explica por el primer punto y el del PPC por el segundo. El último gobierno de García le dio la posibilidad a su partido de oxigenar su estructura de dirigencias; las dinámicas de renovación (“cuarentones”) fueron absorbidas por el mantenimiento del establishment dirigencial. Sin embargo, la imagen que proyecta el partido ante la sociedad continúa siendo peyorativa, asociada frecuentemente a casos de corrupción.
En el caso del PPC, su retorno a la política municipal limeña le permitió refrescar su imagen ante la opinión pública; enfatizando los temas de fiscalización y eficiencia tecnocrática, dejando atrás la estigmatización del conservadurismo. Este proceso se acompañó de una renovación de cuadros que revitalizó al partido. En este caso, las tensiones entre modernización y estructura dirigencial aún no se resuelven. El Caso Secada (más allá del escándalo mediático) es, también, el enfrentamiento de los “cuarentones” pepecistas con su establishment interno. En ambos casos, sin embargo, existen los recursos políticos que otorgan vigencia a sendos partidos o que, por lo menos, atraen a personajes ambiciosos con pretensiones de hacer carrera política.
¿Por qué un economista liberal como Pablo Secada se afilia al PPC? ¿Por qué un potencial ‘outsider’ como Gastón Acurio tiene el reflejo de mencionar al viejo Acción Popular (AP) como un posible vehículo político? Tanto el PPC como AP tienen una marca que no está desprestigiada y, además, cuentan con equipos humanos solventes profesionalmente. En el caso del Apra, su principal recurso es el liderazgo de Alan García y las redes de poder que ha logrado articular en la sociedad peruana. Estos factores generan incentivos para políticos ambiciosos que, veinte años atrás, hubieran formado su movimiento independiente y ahora, en todo caso, lo piensan dos veces. En la izquierda, en cambio, la fragmentación ha resentido tanto la organización como el mensaje.
No estamos, para nada, ante una política dominada exclusivamente por partidos nacionales. Empero, al menos tímidamente, muestran visos de recuperación. Aún el desafío es mayor porque las dinámicas descritas son básicamente limeñas. Su incapacidad para penetrar el territorio es todavía flagrante, y es más difícil pensar en una reestructuración del sistema político desde el interior. En doce años de descentralización, no ha surgido en las regiones ningún partido nacional competitivo. Por otro lado, aún veremos movimientos personalistas como el que plantea Pedro Pablo Kuczynski o el que mantiene Luis Castañeda. El tiempo ha demostrado –Somos Perú, Perú Posible– que estas organizaciones personalistas enfrentan más dificultades que las tradicionales para su permanencia.