Oswaldo Molina

Hace pocos días, el lanzó su informe de pobreza y equidad en el Perú titulado “Resurgir fortalecidos”. Contiene valiosa información sobre la dinámica de este flagelo en nuestro país y, sobre todo, presenta los enormes retos que en la actualidad enfrentamos para, precisamente, poder retomar la senda de . Vale la pena repasar dicho estudio e instalar en el centro del debate público este tema fundamental para el bienestar de los peruanos y que debería acaparar nuestra atención.

El informe revisa inicialmente cómo el Perú fue capaz, en las últimas dos décadas, de reducir considerablemente tanto la pobreza como la desigualdad. Así, pasamos de una tasa de pobreza del 58,7% en el 2004 a una del 20,2% en el 2019 (y del 16,4% al 2,9% durante el mismo período en el caso de la pobreza extrema) y logramos reducir la desigualdad en mayor medida que el promedio de la región.

De acuerdo con el organismo, además, el crecimiento económico fue el principal motor de dicha reducción de la pobreza, pues explica alrededor del 85% de los logros. El impacto positivo del crecimiento fue paralelamente complementado con programas sociales desarrollados técnicamente y focalizados en aquellos peruanos postergados (principalmente en áreas rurales) para quienes era más difícil beneficiarse directamente del crecimiento. No repasar este período y comprender los aciertos (y seguramente también los errores) que se tuvieron durante esos años es una enorme torpeza, pues se trata del período de mayor disminución de la pobreza de nuestra historia reciente y del que deberíamos obtener importantes lecciones.

Lamentablemente, el camino para la construcción de un país desarrollado es largo y duro, y la pandemia nos mostró con fiereza muchas de nuestras persistentes debilidades. Retrocedimos una parte de lo avanzado: hoy, alrededor del 25,9% de los peruanos son pobres; pero, además, otros cuatro de cada diez peruanos son vulnerables y podrían potencialmente caer en la pobreza tras un choque fuerte. Retomar la reducción de la pobreza debería ser un objetivo nacional que nos una a todos. Como una especie de mantra o consigna, deberíamos todos repetirnos al inicio de cada año la pregunta “¿cuántos peruanos lograrán salir de la pobreza este año?” y alinear nuestros esfuerzos para alcanzar el mayor número posible. Sin embargo, enfrentamos enormes retos en estos momentos. Permítanme, por favor, esbozar tres desafíos clave en línea con lo sostenido por el organismo internacional.

En primer lugar, como mencioné, el crecimiento económico jugó un rol crucial para lograr la reducción de la pobreza. No obstante, la coyuntura es distinta y enfrentamos proyecciones de crecimiento mediocres para los siguientes años. Sin crecimiento será más difícil alcanzar disminuciones relevantes de la tasa de pobreza. Debemos, por lo tanto, retomar también el crecimiento económico. Las dudas y los desaciertos en la política económica solo condenan a más peruanos a un peor nivel de vida. Promover la inversión y el empleo terminan siendo, a la larga, parte fundamental de la lucha contra la pobreza.

Segundo, la pobreza en el Perú ha cambiado y debemos ser conscientes de eso para poder combatirla correctamente. Así, la pobreza es más urbana que antes de la pandemia: siete de cada diez pobres viven en estos momentos en áreas urbanas. Esto evidentemente no significa que dejemos de prestar atención a los pobres rurales, que todavía siguen siendo más pobres que sus contrapartes en zonas urbanas. Lo que esto sí implica es que debemos repensar la estrategia actual, que ya tiene un conjunto de programas enfocados para zonas rurales, pero que aún no tiene instrumentos específicos para esta nueva pobreza urbana. Necesitamos, por lo tanto, programas de lucha contra la pobreza especializados en la realidad urbana y una importante capacidad de focalización, de modo que seamos capaces de encontrar a los peruanos que más necesitan de estos programas.

En tercer lugar, es fundamental enfocarnos en mejorar la empleabilidad de las personas más vulnerables del país para que puedan ser dueños de un mejor futuro y logren escapar de las garras de la informalidad. Sin embargo, mejorar la capacidad productiva de los menos afortunados no solo pasa por aumentar el acceso a los servicios públicos, sino también por mejorar la calidad de estos. Como es, por ejemplo, la calidad de la educación y la salud que reciben los más pobres. Si no resolvemos esto, es poco lo que se podrá cambiar en el país en las próximas décadas. Retomar la reducción de la pobreza es el reto que hoy enfrentamos los peruanos. No podemos esquivar este desafío si deseamos construir un mejor país para todos.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Oswaldo Molina es director ejecutivo de la Red de Estudios para el Desarrollo (Redes)