La , antigua forma de gobierno donde una persona posee el poder absoluto, existió en los cinco continentes, y continúa vigente en algunos países a pesar de los cambios y revoluciones que se produjeron contra los absolutos.

Por supuesto que en las monarquías modernas de Occidente esta gran concentración de poder es un recuerdo histórico, pero todavía continúa en algunas naciones musulmanas árabes y otras que abrazan las enseñanzas del Corán, como sucede en Irán, la Persia de antiguos monarcas teocráticos como Darío, Jerjes y Artajerjes.

Lo que sucede es que las primeras monarquías estaban sacralizadas: el rey o el emperador, según el caso, eran considerados dioses. Por ejemplo, los faraones egipcios fueron la encarnación del dios Osiris. Entonces, como eran sagrados, no se les podía ni siquiera ver directamente y, menos, tocarlos. Además, como eran puros y tenían que mantener esa pureza, se casaban entre hermanos.

Con el tiempo, la situación cambió. Durante la Edad Media, los reyes y emperadores ya no eran divinos, pero siempre tuvieron un gran poder absoluto y hereditario. Apareció otra modalidad: la democracia electiva, no porque al rey lo elegía el pueblo, sino una asamblea de nobles aristócratas. Este tipo de elección se llamó “elección por cooptación”. En realidad, los monarcas no salían elegidos –si por elección entendemos una de tipo democrática–, sino de un cónclave que en verdad era familiar. Pero una vez otorgado el poder, este era absoluto; salvo que los nobles decidieran destituirlo. Además, el poder de estos monarcas –considerado un poder espiritual superior al terrenal– estaba limitado por el de la Iglesia. Por eso los Papas coronaban a los reyes. Esta costumbre la hemos visto en la coronación de Carlos III, cuando el obispo le impone la corona.

Como decía el filósofo Bertrand Russell, la monarquía es una forma de poder tradicional. Los ingleses y otras naciones como España, Bélgica, Holanda, Suecia, Noruega, Dinamarca y Japón, solo para dar unos cuantos ejemplos, han mantenido esta tradición en el marco de lo que se conoce como monarquía constitucional, que en realidad es una democracia parlamentaria. Los monarcas de ahora representan a sus naciones y al Estado, pero carecen del poder absoluto que tuvieron en la antigüedad. Me refiero, claro está, a los de Occidente; porque, por ejemplo, en Qatar –donde se jugó el reciente Mundial que ganó Argentina– gobierna un emir (es un emirato), y Arabia Saudita –donde juegan Carrillo y ‘Canchita’ Gonzales– es una monarquía absoluta.

Reyes y reinas con mucho poder también hubo durante el Renacimiento en España, Portugal, Inglaterra y Francia. Se les llamó monarquías absolutas y duraron hasta la era moderna. En esta época se formó el Estado-nación y se descubrió lo que ahora conocemos como América, donde también hubo monarquías imperiales en el y en México. Luego, dos de estas monarquías cayeron por revoluciones; la inglesa, cuando Oliver Cromwell se rebela y condena a la decapitación a Carlos I, y la famosa Revolución Francesa, que igualmente decapitó a Luis XVI y a María Antonieta.

En América, los franceses impusieron a Maximiliano de Austria como emperador de México, contra quien se rebeló Benito Juárez para recuperar la república. También los Braganza, que gobernaban Portugal y sus imperios de Brasil, África y Asia; huyendo de la invasión napoleónica se fueron a Brasil e instalaron la monarquía por un lapso de 20 años, hasta que se proclamó la independencia.

Sabemos que San Martín propuso una monarquía constitucional para el Perú, pero que fracasó por la negativa de los republicanos que no querían de nuevo a los Borbones en el poder. Incluso se pensó que el rey podría ser el hermano menor de Túpac Amaru II, que se encontraba en Tucumán, pero era muy mayor y falleció. Hay quienes dicen que hasta se propuso a Napoleón como rey. Fue un pedido de lord Cochrane a Wellington, pero, desde luego, no le hicieron caso. Polibio, el historiador grecorromano, decía sobre las monarquías teocráticas que había monarquías que parecían tiranías y había tiranías que parecían monarquías. Una elegante forma de llamar tirano a un monarca.


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Francisco Miró Quesada Rada es exdirector de El Comercio