"Finalmente, de la turbulencia que Vizcarra está provocando, no necesariamente saldrá triunfador él. Cualquier aventurero también puede aprovechar el desorden para imponerse".
"Finalmente, de la turbulencia que Vizcarra está provocando, no necesariamente saldrá triunfador él. Cualquier aventurero también puede aprovechar el desorden para imponerse".
Fernando Rospigliosi

El quiebre del orden constitucional se veía venir desde hace tiempo y nadie fue capaz de detenerlo. Naturalmente no los integrantes de la coalición vizcarrista, que la promovían y estimulaban con ardor. Pero tampoco los desorientados e imprudentes opositores, y los ingenuos que confiaban en quiméricos diálogos mientras la aplanadora del avanzaba impunemente.

Me parece pertinente glosar dos artículos que publiqué en esta página a principios de este año, “El retorno del fujimorismo” y “Construyendo un caudillo antidemocrático” (5 y 19 de enero). En el primero advertía:

“El fujimorismo está de regreso y más fuerte que nunca, encabezado ahora por el presidente . El descarado intento de tomar el control del Ministerio Público se parece como una gota de agua a lo que hizo Alberto Fujimori luego del golpe del 5 de abril”.

“Esta vez no han salido los tanques a la calle porque sencillamente no es necesario. En verdad, tampoco en 1992 los requerían. Aquella vez actuaron con criterios del pasado y montaron una escenografía que era clásica en los años sesenta y setenta. […] Vladimiro Montesinos, que fue el artífice del 5 de abril, fue parte de la dictadura de los setenta, por eso montó la decoración a la que estaban acostumbrados en aquella época”.

“Hoy día ya nadie saca los tanques a la calle. La novedad, que inauguró Fujimori en 1992, y que se ha repetido desde entonces innumerables veces en América Latina y en el mundo con distintas variantes, es que un presidente que ha llegado al gobierno con el voto popular empieza a minar las bases mismas de la democracia, como la división y separación de poderes, y mediante diversos dispositivos intenta controlar las instituciones para perpetuarse en el poder. Uno de los típicos mecanismos a los que suelen recurrir los aspirantes a gobernantes autoritarios son los referéndums”.

“Para hacer eso una condición fundamental es tener un amplio respaldo popular, que es lo que logró Fujimori atacando primero al y al sistema judicial y luego interviniéndolos. Vizcarra tiene ahora un apoyo similar al de Fujimori y lo ha obtenido igualmente agrediendo a las mismas desprestigiadas instituciones”. […]

“Hoy día vivimos un proceso similar. Paradójicamente, la coalición antifujimorista, o mejor dicho, antikeikista, se ha convertido en la más entusiasta defensora del neofujimorismo y están endiosando a niveles ridículos y patéticos al presidente Martín Vizcarra y personajes como el descentrado fiscal Domingo Pérez”.

“En realidad, en esa coalición, además de los ingenuos que creen que están luchando contra la corrupción y haciendo historia, hay gente muy corrupta que hasta ahora está saliendo bien librada del Caso Lava Jato y que espera beneficiarse con el control de las instituciones que están conquistando”. […]

“Así como una abrumadora mayoría respaldó a Fujimori, ahora Vizcarra tiene también un altísimo apoyo y lo está usando no para mejorar su muy deficiente gestión de gobierno o para reconstruir las maltrechas instituciones, sino para capturarlas en función de sus intereses particulares y de los poderosos de la coalición que lo sustenta”.

“Y, como hace un cuarto de siglo, a muy pocos les importa ahora la democracia, la división de poderes, los balances y contrapesos”.

Y en “Construyendo un caudillo antidemocrático”:

“Una característica de los caudillos populistas es establecer una relación directa con el pueblo, descartando a los intermediarios –partidos políticos, Congreso, etc.– y proclamarse auténticos intérpretes de la voluntad del pueblo”. […]

“En suma, se va construyendo un caudillo antidemocrático con el respaldo y el aplauso irresponsable de una coalición donde priman oscuros intereses”.

Lo impresionante de todo esto es la falta de reflejos no solo de la oposición política, que volvió a repetir los errores anteriores cuando defenestró a Pedro Pablo Kuczynski y elevó a la presidencia a Martín Vizcarra, sino de las élites, que no han reaccionado oportunamente para enfrentar el peligro que las amenaza, y que podría llevar al Perú al despeñadero, como ha ocurrido con otros países de la región.

Muchos comentan y elogian el ya famoso libro de Daron Acemoglu y James Robinson, “Por qué fracasan los países”, donde se insiste en la importancia crucial de las instituciones para el desarrollo de las naciones, pero en la práctica pocos lo toman en serio. Porque no se oponen a los gobiernos autoritarios que concentran el poder y someten de diversas maneras a los medios de comunicación, como el actual, y politizan, corrompen y degradan las instituciones más intensamente que cualquier gobierno democrático, por más intervencionista que este sea. Ocurrió en la década de 1990 y está sucediendo ahora.

Finalmente, de la turbulencia que Vizcarra está provocando, no necesariamente saldrá triunfador él. Cualquier aventurero también puede aprovechar el desorden para imponer

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