"El poder de un rumor", por Salvador del Solar
"El poder de un rumor", por Salvador del Solar
Salvador del Solar

Si me topara con el genio de la lámpara y me concediera un deseo para el Perú, le pediría dar la más amplia difusión y máxima credibilidad al siguiente rumor: que a lo largo y ancho del país se está sancionando de manera implacable hasta la más mínima infracción de cualquier norma.

Que en esquinas, paraderos, oficinas y comercios, en los medios de comunicación y en las redes sociales se comente lo oneroso que se volvió pasarse un rojo, prenderse del claxon, manejar ebrio o superar el límite de velocidad; que se afirme con historias propias y ajenas que se acabaron las amnistías y que no quedará multa sin cobrar; que se advierta con ojos como platos del tremendo error que supondría aceptar una coima —y ni se diga sugerirla—.

Nuestra experiencia de la vida cotidiana cambiaría notablemente. Talvez al principio sentiríamos algo de aprehensión, temerosos de incumplir con las reglas por la sola inercia de la costumbre. Pero superada esa etapa, experimentaríamos, incrédulos, lo agradable que es desplazarse sin que nuestros derechos sean constantemente pisoteados: lo insólito de sentirnos ciudadanos.

Sería como estar de viaje, de visita en alguna de esas ciudades de países mejor organizados, en las que ese mínimo nivel de armonía es nada menos que habitual. Lugares, de hecho, a los que los peruanos conseguimos adaptarnos con enorme facilidad.

Porque somos perfectamente capaces de respetar todo tipo de normas. Solo que nos parece injusto —y estúpido— esforzarnos en cumplir reglas que pocos cumplen a nuestro alrededor. Esa es la justificación que esgrimimos a diario y la excusa que padecemos siempre; la razón por la que estamos como estamos: los otros, los demás. No uno, eso nunca.

Por eso reclama que se solicite prisión preventiva para él y no para , o . Por eso también se declara arrepentido de haber sido ministro. Porque en nuestro país estamos todos tan acostumbrados a que la justicia no cobre, que nos parece una arbitrariedad cuando es a uno a quien le llega la factura.

Y es por eso también crucial la importancia de lo mencionado recientemente por Felipe Ortiz de Zevallos en este diario: no hay acceso al verdadero desarrollo sin consolidar antes el estricto respeto a las leyes, tanto a nivel ciudadano como gubernamental.

La mala noticia es que no existe el genio de la lámpara. La buena, que en realidad no lo necesitamos. ¿Se han preguntado cómo fue que nos acostumbramos a usar el cinturón de seguridad? ¿O cómo hace unos años, en poco tiempo, se extendió el hábito de exigir y extender boleta o factura? No hubo necesidad de magia. Bastó con la difusión, respaldada en los hechos, del rumor de que se estaba exigiendo de manera implacable el cumplimiento de la ley.