"Hace poco, Augusto Ortiz de Zevallos se refirió a José García Bryce con una frase que define su vida y su obra: sabio y elegante". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"Hace poco, Augusto Ortiz de Zevallos se refirió a José García Bryce con una frase que define su vida y su obra: sabio y elegante". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Alonso Cueto

Esta semana nos dejaron dos grandes peruanos, cuya vida, lejos de las banalidades de la fama, fue enormemente valiosa en cada uno de sus campos. Tanto Carlos Rodríguez Saavedra como escogieron el camino secreto del amor a sus oficios, y el compromiso con la realidad peruana que nunca abandonaron.

En una entrevista con Eduardo Lores, a propósito de su libro “La lucha con el ángel”, Carlos Rodríguez comentaba la frase de Oscar Wilde sobre las vulgaridades del éxito. En la conversación se recordaba la exclamación de Gabriel Miró: “Qué felicidad la insignificancia, no ser espectáculo para los otros y que todos lo sean para uno mismo”. Hijo de Carlos Rodríguez Hubner (uno de los autores del episodio epistolar entre Juan Ramón Jiménez y Georgina Hubner), Rodríguez Saavedra fue amigo de Sérvulo Gutiérrez, a quien definía como un ser esencialmente inocente, y compañero de generación de Fernando de Szyszlo, sobre cuya obra escribió (el repositorio de la PUCP conserva la grabación de una charla entre ambos de 1982). Sus dos libros son recolecciones de los artículos que publicó en estas mismas páginas de El Comercio. “Palabras” y “La lucha con el ángel” (Editorial Apoyo) contienen textos cortos, precisos, iluminadores (uno de mis preferidos es “La chirimoya y el mundo”). En varios de sus artículos, cuya publicación impulsó Felipe Ortiz de Zevallos, señala a América Latina como invitada de segunda clase a la mesa de la cultura occidental. Sus definiciones del arte como un “desocultamiento del ser” son también notables. Hace un tiempo, gracias a su sobrino Víctor Vich, pude estar en el cumpleaños número cien de Carlos. Estaba consumido por la enfermedad, pero conservaba en su aspecto la elegancia y la gracia que siempre lo habían definido.

Lo mismo puede decirse del gran arquitecto e historiador de la arquitectura José García Bryce, quien nos dejó el pasado martes. En una entrevista con la revista “Cosas”, de hace un par de años, García Bryce recordaba su época escolar cuando “dibujaba mis ideas respecto a lo que era la arquitectura gótica, griega”. Como todo gran arquitecto, García Bryce veía el mundo a través de sus formas y de las esencias que revelaban. Primo hermano de Alfredo Bryce, formaba parte de una familia de personajes fascinantes. En 1953 viajó a estudiar Historia del Arte en Roma, París y Múnich, y su nombre aparece en algunos de los diarios de Julio Ramón Ribeyro de entonces. Luego estudió en la Universidad de Harvard. En Estados Unidos conoció a su maravillosa esposa Alexandra Weinstein, con quien se instalaría en Lima. Aquí formaron una gran familia con sus hijos Ariadna e Íñigo. En sus años en el Perú, realizó grandes obras como el conjunto habitacional Chabuca Granda (1984), donde logró integrar estilos arquitectónicos con las casas del entorno. En la entrevista con “Cosas” comentaba acerca de la importancia de su diseño de capillas como la de los Misioneros Oblatos de San José, la Catedral de Huacho y la primera iglesia de La Victoria en el cerro El Pino. García Bryce recibió el Hexágono de Oro del Colegio de Arquitectos en 1981 y en 1989, el Cubo de Acero en la Bienal de Arquitectura de Buenos Aires. Profesor de varias universidades, en 1967 publicó su indispensable “Arquitectura en Lima”.

Hace poco, Augusto Ortiz de Zevallos se refirió a José García Bryce con una frase que define su vida y su obra: sabio y elegante. Lo mismo puede decirse de Carlos Rodríguez Saavedra. Quedan pocas figuras como ellos. Son dos adjetivos cada vez más raros en este mundo en el que nos quedamos solos.