Le robo el título a un ensayo de Luis Loayza. Pero no para hablar de dos, sino de tres que en las últimas semanas nos han dado ganas de taparnos la cara.

El primero es el tipo al que se le ocurrió cortar las luces del estadio de Matute al final de un partido –de un clásico del fútbol peruano– para evitar que el equipo rival festeje en su cara. Hasta la fecha no se sabe a ciencia cierta quién fue el culpable de ordenar el apagón, pero los entendidos apuntan al administrador del club perdedor, que curiosamente comparte nombre con un maestro del arte indigenista. Lo cierto es que, ya sea su descendiente o un simple homónimo, poco emuló de su brillantez. Porque, aparte del terrible riesgo en el que puso a las 30.000 personas que acudieron ese día al estadio, solo hizo gala de una conducta tan antideportiva como infantil. O, perdón, ni siquiera infantil; conozco niños y niñas con mayor capacidad de asumir la derrota con serenidad e hidalguía.

El segundo peruano infame ha sido congresista, alcalde y actualmente es gobernador regional en el norte del país. También fundó una universidad en Trujillo y es justo allí donde, hace solo unos días, develó orondo un monumento de sí mismo. Cuando en el mundo, más que nunca antes, se discute la relevancia de ciertas estatuas y su simbólica representación, al susodicho se le ocurrió ofrecer una impresionante muestra de arrogancia, anacronismo y mal gusto, mediante una figura en tamaño real, chirriante y dorada como un premio Óscar fuera de forma. Si algo tiene de qué jactarse el megalómano, imagino que solo lo sabrán él y su familia; porque el grueso del país no ha hecho sino contemplar su monumento con una mezcla de risa y vergüenza ajena.

El tercero en esta breve lista puede que sea, en un país tan futbolero como el nuestro, el enemigo público número uno del momento. Porque no es solo que haya conducido a la selección peruana de vuelta a una época de fantasmas y traumas ligados al fracaso. El problema principal es que –al igual que los dos anteriores mencionados– parece presa de un ego enceguecedor, que lo nubla de cara a la realidad y le impide reconocer sus más crasos errores. “No comparto que hoy nos superaron”, dijo luego de haber sido claramente superado por un equipo tan modesto como el boliviano. Pero él, orgulloso y tozudo, se aferra al cargo pese a habernos hundido en el último puesto de la clasificación regional. Justo cuando nos ilusionábamos con que, después de tantos años, ya habíamos dejado ese hoyo para siempre.

, , : reflexionen, señores. Tan chicos no pueden ser.


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Juan Carlos Fangacio Arakaki Subeditor de Luces