María Paula Regalado

El 10 de setiembre del 2020 recibí una llamada que todavía se siente como un escalofrío. Era una noche de encierro, de las tantas difíciles que nos tocaron. Las palabras de ese mensaje siguen resonando en mi cabeza. Sobre todo una, la más impactante. Una de las personas que más quiero en el mundo había intentado apagar su luz, esa luz preciosa con la que yo he convivido los últimos 20 años. Los momentos siguientes los tengo borrosos, solo queda mi llanto desconsolado, el pánico y la desesperación, mientras corría al cuarto de mis papás buscando una explicación. Pero ellos no la tenían, y yo tampoco. Creo que nunca la busqué. Un poder superior –que me gusta llamar Dios, pero ustedes llámenlo como quieran– logró que, al final, el susto quede en solo una anécdota –aunque una que no nos gusta recordar–. Es fácil hablar del tema cuando lo ves de lejos. Hasta que un día te toca verlo de cerca. Y entonces la realidad te golpea de un manotazo violento y te das cuenta de que nunca fue un juego, que no hay un solo minuto que perder. Episodios como estos marcan un antes y un después. Hablemos de la

“Crear esperanza a través de la acción”. Este es el lema con el que la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha bautizado la conmemoración anual del para el 2023 –celebrado justamente hoy–; lamentablemente, al menos en el , todavía mantenemos la esperanza, pero sin mucha acción.

Cada año, en el país los decesos por suicidio se cuentan por centenares. Dolorosas cifras revelan que, solo en la última década, de acuerdo con el Sistema Informático Nacional de Defunciones (), 6.115 fallecimientos fueron registrados por esta causa a nivel nacional, concentrando, durante los años pandémicos (2020 al 2022), el 31% de todos estos. Según un informe publicado por este Diario, para aquella época, algo más del 50% de los fallecidos tenía menos de 30 años. Para detenerse a pensar, por unos instantes, qué está ocurriendo en estas generaciones.

Ahondar en las causas y abordar el lado clínico nos tomaría otra columna, quizás varias. Pero sí podemos revisar la data. En la teoría, existen medidas que debieran ayudar a frenar esta avalancha que ataca sin piedad a nuestro país. Pero, en la práctica, la salud mental parece aún no ser un eje prioritario en la agenda pública nacional. En el 2019, el gobierno promulgó la Ley 30947, cuyo objetivo es “garantizar el acceso a los servicios, promoción, prevención, tratamiento y rehabilitación, como condiciones para el pleno derecho a la salud y el bienestar de la persona, la familia y la comunidad”. Sin embargo, estas disposiciones parecieron no resultar muy efectivas, o quizás fueron escasas, sobre todo para el momento que se avecinaba. A pesar de los débiles esfuerzos del gobierno por proteger la salud mental de los peruanos, los números siguieron subiendo. El COVID-19 no fue la única pandemia: para el 2022, y luego de un eterno confinamiento, los establecimientos del Ministerio de Salud reportaron haber atendido 4.164 casos por lesiones autoinfligidas y 200.208 personas recibieron tratamiento por depresión, incluso más que al inicio de la cuarentena.

Tragedias de este tipo ocurren a diario y seguirán ocurriendo si no empezamos hoy. La salud mental debe abordarse integralmente desde cada rincón del país, pero debe hacerse con la relevancia que merece: en los centros médicos y educativos, en las empresas, en el Estado, en los medios de comunicación, en nuestras casas. De nosotros depende que deje de ser un tema tabú; ir al psicólogo o al psiquiatra no te convierte “en loco” y “poner de tu parte” no es suficiente para sanar.

Desafortunadamente, en el Perú, tener acceso a una salud mental de calidad sigue siendo un privilegio. Los servicios y medicamentos son costosos y se requiere de una atención especial. Mientras tanto, el sistema público sigue siendo precario y el daño sigue cavando profundo. La salud mental es, también, salud pública. Sin mente sana no hay, ni de cerca, un cuerpo sano. Nosotros también podemos colaborar. Que el 10 de setiembre nunca pase desapercibido. El momento de tomar conciencia es ahora, antes de que sea muy tarde.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.


María Paula Regalado es comunicadora