(Foto: Archivo El Comercio)
(Foto: Archivo El Comercio)
Marco Sifuentes

El escandalete sobre la muestra “sesgada” del Lugar de la Memoria (LUM) parece sacado de la misma plantilla que todas las otras metidas de pata del Gobierno. Apunten:

Todo empieza con una iniciativa inocua del Gobierno (la muestra), una medida que, dejada por sí misma, no habría tenido mayores consecuencias. La cosa marcha sin pena ni gloria hasta que el fujimorismo (en este caso, un visitador, es decir, un visitante casual del museo, un congresista hasta ahora desconocido) decide que no, que esto no puede ser y que deben rodar cabezas. Aterrado, el Gobierno sacrifica ceremonialmente a algún funcionario (el director del LUM, Guillermo Nugent) y luego, para justificar su pusilanimidad, ofrece explicaciones absurdas o francamente inescrutables (el incomprensible punto 3 del comunicado del Ministerio de Cultura es, irónicamente, una pieza de museo).

Pero como esto solo incendia más la pradera de los antifujimoristas del A/B que son amigos de Facebook de los ministros, entonces hay una especie de ‘damage control’ privado, solo para la gentita, para “los que me conocen” y “saben quién soy” (hay un largo texto justificatorio en el Facebook privado de Salvador del Solar, al que solo pueden acceder sus amigos y los amigos de sus amigos, o sea que si estás fuera de esas redes, ‘sorry, it’s not for you’, cholito). Mientras tanto, los fujimoristas ya probaron carne humana y van por más, así que deciden que sea lo que sea que haya hecho el Gobierno no es suficiente, y que la única salida es cualquier idea maximalista que les salga del forro (cancelar la muestra de inmediato, replantear la exposición permanente, nombrar a la tuitera “Irreverencias” como directora del LUM). Y vuelta a empezar.

Quizás lo más interesante de todas estas situaciones son las justificaciones seudoprivadas que se dan desde el Gobierno. En este caso, en su cuenta personal, el ministro del Solar repite dos veces que se encuentra en “un ambiente de polarización política” y en un “ambiente tan crispado” y que esto es un factor que entró en consideración al momento de pedirle la renuncia a Nugent. Esto es gravísimo: significa que el momento político –coyuntural, efímero– decide la construcción de la memoria, el registro histórico, el legado para futuras generaciones.

¿Qué pasaría si –en un escenario distópico pero cada vez menos lejano– una alianza entre el fujimorismo y el Movadef decidiese que hay que borrar de los materiales escolares toda mención al conflicto armado que vivió el Perú entre los 80 y 90? ¿El Gobierno volvería a agachar la cabeza, con la coartada de no avivar más la polarización? ¿Desde cuándo los hechos –Montesinos corrompiendo en el SIN, hornos de cadáveres en el Pentagonito, las esterilizaciones forzadas– se volvieron “sesgo”? Basta de disfrazar de corrección política (“hay que escuchar al otro lado”) lo que es sencillamente negacionismo. Y cobardía.