Saber que uno está a punto de morir puede ser un buen momento para las revelaciones. Es lo que diría el sacerdote católico Luis Córdoba, el personaje de la novela que acaba de publicar Héctor Abad Faciolince, “Salvo mi corazón, todo está bien”.
El padre Córdoba tiene 50 años, se ha dedicado al sacerdocio y es un experto en cine y en ópera. No es un pedófilo, pero sí un cinéfilo. Pero también ha sido adicto a la buena mesa. Su apodo es “el gordo”, y está descrito en la novela como un “buey manso”. El libro, titulado con un verso del poeta colombiano Eduardo Carranza, se inicia cuando un cardiólogo le informa al padre Córdoba que su corazón, abrumado por la mala dieta y la falta de ejercicio, debe recibir un trasplante. Pero hasta que el hospital encuentre un donante, él debe mudarse del piso con escaleras donde vive a una casa de planta baja. Gracias a Dios, Córdoba tiene una amiga, llamada Teresa, cuyo esposo, Joaquín, acaba de abandonarla, que vive en un primer piso. El padre Córdoba se muda con ella. Mientras el donante aparece, hace vida familiar con Teresa y sus dos hijos. También convive con la empleada de la casa, Darlis. En ese proceso, tiene un descubrimiento iluminador: esa es la vida que le hubiera gustado tener. Le hubiera gustado llegar a una casa, cenar con una esposa y unos hijos, ver televisión juntos, conversar de los temas de actualidad, ir colaborando en asuntos de familia. El padre Córdoba no extraña el sexo, pero sí la paternidad.
Joaquín, el esposo que ha abandonado a Teresa, se ha ido con una mujer joven, seducido por su cuerpo y también por las ostentaciones de su fortuna familiar. Estaba aburrido de ser feliz con Teresa. Es por eso que ha querido encontrar una excitación en las seducciones de las grandes fiestas, los viajes largos, las ropas caras que su joven novia le ofrece. Todo eso le parece una huachafería al padre Córdoba. Mientras Joaquín está disfrutando su vida de nuevo rico con la novia, él está conversando con su nueva familia. En una ocasión están hablando sobre la existencia de Dios. El padre Córdoba, a quien no interesan las polémicas teológicas, afirma que “la música de Bach, sus cantatas, o algunas melodías de Mozart, o la existencia de seres humanos como esos niños, o la belleza de algunos cuadros pintados por hombres o de algunos versos escritos por místicas, son la demostración de la existencia de Dios. No voy mucho más allá”. Por otro lado, cuando el padre Córdoba llega a la casa, deben desaparecer los condimentos, las harinas, los dulces y todo aquello que pueda hacerle daño. Es por eso que los hijos de la familia imponen una oración antes de comer. “Bendícenos, Señor, a nosotros y a estos alimentos tan sosos que recibimos de tus manos”.
En todo momento, los personajes se preguntan por el voto de celibato de los sacerdotes católicos. El libro abunda en las definiciones que el corazón ha adquirido en la literatura. También aparece descrito su funcionamiento en sus mitades que se comunican con los pulmones. Nos enteramos que el pulpo tiene tres corazones (y la lombriz de tierra, diez). Es curioso que mientras escribía la novela, Abad tuvo que ser operado para reemplazar una de sus arterias. Una muestra de un escritor comprometido con su tema.
“Salvo mi corazón, todo está bien” cuenta la historia de unos personajes que nos hablan de lo que de veras importa. Su naturalidad y su generosidad se quedan con nosotros. Seguimos hablándoles.