Maite  Vizcarra

Ayer se conmemoró el . Como en otras comunidades discriminadas, violentadas o invisibilizadas, la búsqueda de afirmación es clara. Las acciones afirmativas no son, entonces, extrañas; al contrario, son parte de una importante tradición que ha permitido ganar espacio y un reconocimiento cada vez mayor en el mundo.

En ese afán, la búsqueda de atención puede ser una buena estrategia. A modo de acciones de propaganda en la búsqueda de esa atención, se puede jugar con algunas licencias o giros que coqueteen con el humor y la sátira, eventualmente. Estas figuras bien usadas pueden ser hasta deliciosas. Por ejemplo, todos tenemos en la mente las sátiras de Woody Allen o Mel Brooks a lo políticamente correcto, incluyendo su propio judaísmo.

Sin embargo, cuando el uso de la provocación cae en lugares comunes, las acciones afirmativas pierden su efecto y desvían la atención de las reivindicaciones sociales hacia debates tácitos que, de vez en cuando, aparecen. Por ejemplo, los límites de la libertad de expresión más allá de las leyes.

En concreto, me estoy refiriendo al debate reciente sobre el uso de la imagen de en un afiche que promueve un festival de cine alternativo. Quienes se quejan de su uso invocan respeto a su culto y fe católicos. Pero, más aún, exigen respeto al valor moral que esta figura religiosa supone para muchas personas en el Perú y más allá de sus fronteras.

Escribía el filósofo francés Thibaud Collin a propósito del atentado de los grupos fanáticos religiosos a la redacción de la revista francesa de sátiras “Charlie Hebdo” que, si bien existe el derecho a encontrar obsoletas o peligrosas creencias o prácticas religiosas –”Charlie Hebdo” es una publicación abiertamente atea y anticlerical–, “no cabe el derecho al insulto, porque la libertad de expresión se inscribe en el marco de la responsabilidad, el respeto al otro y la guía de la razón crítica”.

El asunto “Yo soy Charlie Hebdo” permitió que muchas redacciones a nivel global revisaran sus políticas editoriales y definan que no tenían cabida en sus espacios “lo que deliberadamente pretenda herir las sensibilidades religiosas”. También es cierto que, en la defensa de esa libertad capital para las democracias modernas, como es la libertad de expresión, pueden darse situaciones que se ubiquen en los límites de lo políticamente correcto y terminen por herir susceptibilidades.

Sobre la composición del afiche en cuestión, personalmente, no me parece ofensiva, pues, desde mi punto de vista, no ofende la imagen de nuestra santa peruana si se hacen algunas consideraciones: se la coloca en una actitud –por decir algo– ‘cool’ o “a la moda” –los lentes de colores típicos de cines 3D, son una seña de eso–. Dicho sea de paso, en el mundo de las redes sociales y los memes, usar ese tipo de lentes denota que uno es “de avanzada” o, como también se suele decir, que se es alguien “pro”. Digamos que se la coloca en una actitud positiva.

Aun así, soy consciente de que esto es interpretable.

En cambio, no es interpretable que, en el contexto de una cultura pro-derechos –como ya lo es la peruana desde hace buen tiempo–, para que exista la concordia y la convivencia, se requiera de una dosis de empatía con las ideas de los demás.

Por lo tanto, así como el Perú contemporáneo viene implementado señales públicas de respeto hacia las distintas formas de desigualdad, discriminación y discapacidad, igual consideración debería tenerse hacia las convicciones morales, filosóficas y religiosas de los otros, pues estas ocupan un lugar central en la vida de millones de personas en el país y son fuente de identidad y sentido de vida.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Maite Vizcarra es tecnóloga, @Techtulia