La política es una de las formas de la religión. Los partidos son también sectas y sus locales son sus iglesias. Los seguidores de un líder son fervorosos creyentes. Sin embargo, estas similitudes se viven hoy al revés. Los rituales de la política parecen más como un aquelarre, no para ensalzar un líder sino para denigrar al otro. La procesión del Señor de los Milagros pasea en andas la imagen de la divinidad. Las marchas contra un candidato o candidata pasean una imagen con una cruz encima, para descalificarlos. En una marcha se ensalza, en la otra se condena. Mientras en las procesiones religiosas se habla de eternidad, en las marchas políticas también pero al revés. Su lema repetido es “nunca más”.
Por lo demás en las marchas hay cánticos, lemas en voz alta, una sensación de comunidad cerrada. Puede decirse que hay una sensación de hermandad, término que se aplica a los devotos calificados del Cristo Morado. Recuerdo que alguna vez comentando las marchas del Señor de los Milagros con mi tía Consuelo, que era muy religiosa, ella me decía que le parecían muy importantes porque “avivan la fe”.
Tenía razón. Una marcha supone un ritual religioso que crea un cuerpo colectivo, basado en la fe en su líder. Solo que hoy en las marchas políticas uno tiene la sensación de estar viendo numerosos grupos con una fe negativa. No están con Dios pero sí contra el diablo.
La fe, como su nombre lo indica, no es producto de un razonamiento cuidadoso sino de un impulso de las emociones.
Me parece que la confianza es una palabra más sana que la fe. La confianza supone una experiencia y una decantación previa. Solo sentimos confianza por las personas que realmente conocemos. ¿Le tenemos confianza al candidato cuando nos dice que se ha separado de Vladimir Cerrón? ¿Podemos creer en lo que dice y promete sobre los bonos la candidata del bando opuesto? ¿Podemos confiar en alguno de ellos?
En el tejido diverso y contradictorio de la sociedad peruana, la confianza mutua siempre ha sido muy difícil. Hay tantas barreras culturales, geográficas, lingüísticas, que la confianza tiene que luchar no solo contra las experiencias frustrantes de la política de muchos años, sino con una natural barrera histórica. Hay preguntas de fondo entre nosotros. ¿Podemos confiar en gente que ha vivido y habla y parece tan distinta y distante de nuestro círculo inmediato? Esa pregunta ha sido una de nuestras taras históricas.
Esta semana, con el anuncio de las cifras reales de muertos por el virus, el presidente Sagasti y su gobierno han dado una muestra de que esta confianza aún es posible en un gobierno. La transparencia en cuanto a la información es uno de los grandes beneficios de este anuncio. Como los gobiernos mismos dan las cifras en todos los países, hay sospechas fundadas de que en muchos de ellos también se han ocultado, con fines políticos. El gobierno de Sagasti ha marcado una diferencia.
Nadie sabe quién inspirará más confianza en los electores el domingo. Hay otros factores que deciden la votación, entre ellos el miedo, que puede definirse como una fe negativa. La fe parte del instinto, la confianza de la experiencia y el miedo de un impulso de huida frente a las amenazas, que bien pueden ser muy concretas. Estaremos a merced de esta mezcla de emociones, esperando a ver cuál prevalece mientras hacemos la cola, entre las dudas y el frío. No estaremos marchando sino detenidos, lo que siempre ayuda a pensar. Decía Philip Bailey que pensar bien “no necesita del sonido de las trompetas”.
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